Capítulo XIII. Parte II

Viernes 28 de diciembre de 2012. Entre las 09:00 y las 12:00 horas

Nuria. Ermita de San Gil

Lucía estaba muy agitada, cada vez se sentía más sedienta. Ambas amigas habían conseguido extraer la olla de su ubicación, pero seguían sin atreverse a salir.

Ana continuaba con el peluche entre las manos, lo levantaba le daba la vuelta, lo dejaba en el banco, lo volvía a coger. Lucía parecía haber desistido de intentar convencerla de que debían devolver los diamantes. Ella en cambio no dejaba de pensar en la forma de vender las piedras; puede que por ese motivo estuviese venciendo mejor la sed que su amiga, sencillamente no pensaba en ello.

Lucía no paraba un momento, caminaba a un lado y a otro de la Ermita a la vez que movía las manos intentando ventilar el humo que se adueñaba por momentos de todo el espacio interior de la iglesia. Si no las mataba el frío terminarían ahogadas por el monóxido de carbono producido por su improvisada hoguera.

—¿Qué ha sido eso? ¿Lo has escuchado? —Lucía se había detenido un instante ladeando la cabeza para orientar el oído y ahora corría hacia la entrada.

—Yo no oigo nada Lucía —Ana comenzaba a preocuparse por el comportamiento de su amiga. Se dirigió hacia ella, no quería que hiciese alguna locura como intentar abrir la puerta.

—¿De verdad no lo oyes? Es… es como un zumbido, y va creciendo.

Ana pegó la oreja a la puerta para que su amiga no pensara que no la hacía caso y en ese momento lo oyó.

—¡Ya lo oigo! Pero ¿Qué es?

—¡SSSSHT! —Chistó Lucía— es un helicóptero, seguro. Ya vienen a por nosotras. Tenemos que salir. Que sepan que estamos aquí —Lucía daba ahora saltitos de alegría a la vez que batía ruidosamente las palmas.

—Lucía… —Ana no acabó lo que iba a decir.

—Lo siento, lo siento —Lucía dejó de gritar y de dar palmas— no me acordaba de los seres de fuera.

—No, no es eso, has hecho ruido y no han aporreado la puerta como otras veces.

—Y eso ¿Qué significa? ¿Crees que se han ido? O puede que se hayan muerto.

—Más bien pienso que el helicóptero ha llamado su atención más que tus gritos —Ana golpeó la puerta con la palma de la mano, una vez, otra, más fuerte; se le unió Lucía y ambas aporrearon el portón de madera.

Un sonido diferente las hizo detenerse.

—Eso, eso ha sonado como un petardo, o un disparo —Ana observaba con los ojos muy abiertos a su amiga.

Al primer disparo se le fueron sucediendo otros. Las dos amigas permanecían expectantes sin saber muy bien cómo actuar.

—Están disparando a los zombis, tenemos que esconder bien el osito, no tardarán en venir —Ana se miraba de arriba abajo tratando de decidir qué hacer con los diamantes.

—Han parado.

—¿Qué? —Ana continuaba palpándose los bolsillos del pantalón y del chaquetón intentando encontrar el mejor escondite.

—Los disparos, han parado. No han sido muchos disparos. Creo que algo va mal. Voy a abrir. Prepárate.

Ana seguía a lo suyo y cuando procesó lo que le acababa de decir su amiga ya era tarde. Lucía había abierto muy despacio la puerta. A medida que empujaba la hoja una mayor claridad iba colándose por la abertura aumentando la iluminación de la Ermita.

Ana se hallaba petrificada, esperó ver entrar a las dos mujeres de fuera, pero no fue así, nada ocurrió.

Lucía sujetó la olla con ambas manos y dio un paso adelante saliendo de la Ermita. La nieve seguía cayendo aunque parecía que hiciese menos frío que cuando estaban subidas a lo alto del árbol. No vio a ninguna de las zombis cerca por lo que se dirigió hacia uno de los bancos de fuera y comenzó a coger puñados de nieve blanca y a llevárselos a la boca.

Desde su posición tenía una vista privilegiada del helicóptero y fue testigo de primera mano de cómo los zombis acababan con un hombre reviviendo la pesadilla del camping.

Llenó la olla presionando la nieve para que cogiese más y se dio la vuelta con intención de regresar a la Ermita. En ese momento fue cuando las vio, avanzaban renqueando y se interponían entre ella y la Ermita. Ahí estaban, no se habían ido, hasta se le pasó por la cabeza que todo hubiese sido una trampa para atraerla fuera.

Se aferró con fuerza a la olla, como si temiese que las dos mujeres se la quitasen. Tras los primeros instantes de confusión las dos zombis caminaron hacia ella. La chica se desplazó a su izquierda para tratar de rodearlas pero las dos mujeres se giraron como una sola. Seguía sin poder sortearlas y ahora las tenía más cerca. Una lágrima de rabia e impotencia rodó por su mejilla. Cogió otro puñado de nieve de la olla y se lo introdujo en la boca.

Los alaridos de Ana la pillaron tan desprevenida como a las dos zombis. Su amiga salió gritando y blandiendo uno de los trozos de banco partidos a modo de garrote. Lo descargó sobre la espalda de la que iba desnuda y su cuerpo, entre violáceo y amoratado, terminó en el suelo.

—¡Vamos! ¡Corre! ¡Por aquí!

Lucía voló por el hueco que había dejado la mujer caída y se coló dentro de la Ermita. Ana cerró a su paso. Las dos retrocedieron hasta el centro de la iglesia a esperar los gruñidos y golpes de las cabreadas zombis pero esta vez nada de eso ocurrió.

Ana dirigió una mirada furibunda a Lucía que lo único que acertó a decir fue:

—¿Quieres? —Mientras le alargaba un puñado de nieve.

(09:00-12:00) Restaurante Cabaña de los Pastores

Entre Aroa y Sergio llevaron al cadáver del padre de Maite a la cocina. Allí lo cubrieron con unos manteles y lo colocaron debajo de la mesa. Mientras Alberto calmaba a los niños y Aroa frotaba excesivamente fuerte con la fregona sobre el reguero de sangre que la cabeza abierta había dibujado sobre el suelo de madera, Sergio trataba de comunicarse con alguien por medio del walkie.

—Refugio… aquí Cabaña. Refugio… aquí Cabaña.

—Estación… aquí Cabaña. Estación… aquí Cabaña.

—Aquí Cabaña ¿Alguien me escucha?

Alberto se le acercó. Los pequeños permanecían expectantes observando a Sergio manipular el walkie.

—Aquí Cabaña ¿Alguien me escucha? ¡Joder!

Tras varios intentos de comunicar frustrados Sergio comenzó a manipular el botón de la frecuencia, tal vez en otra diferente lograse enlazar con alguien.

—Refugio… aquí Cabaña. Refugio… aquí Cabaña.

—Estación… aquí Cabaña. Estación… aquí Cabaña.

—Aquí Cabaña ¿Alguien me escucha?

—Cabaña… aquí Ayu…to…

Al cocinero se le aceleró el pulso al oír el mensaje entrante. Aroa se acercó también con el mocho aún en las manos.

—Cabaña… a… Ayuntamiento…

Sergio observó el aparato, el indicador de batería baja lucía de forma intermitente.

—Ayuntamiento… aquí Restaurante Cabaña de los pastores en Nuria —sólo recibieron ruido de estática.

— Ayuntamiento… aquí Restaurante Cabaña de los pastores en Nuria ¿Me escucha alguien?

—Díselo ya, la batería está a punto de agotarse —Aroa le tiró del brazo.

—Si no nos reciben no servirá de nada.

—Si el walkie se apaga no servirá de nada, aunque no nos contesten puede que alguien nos esté escuchando —Alberto asentía con la cabeza.

— Ayuntamiento… aquí Restaurante Cabaña de los pastores. Estamos rodeados de… de zombis, sé que es una locura pero es cierto, son zombis, eran clientes del Restaurante. Se convirtieron en… en zombis. No sabemos por qué. No se mueren. Creemos que en el Hotel también debe haber zombis. Tienen que venir a ayudarnos. Tienen que… —Aroa le tocó en el hombro.

—Se ha agotado, la batería se ha agotado.

Sergio apagó y encendió el walkie. Le extrajo la batería y se la volvió a colocar pero el aparato no funcionó.

—¿Creéis que nos habrán oído? —La pregunta la formuló Alberto.

—No lo sé, no hay forma de saberlo. Esperemos que sí. Es nuestra única esperanza.

El cocinero se sentó en una de las sillas tras coger una botella de whisky y servirse un par de dedos. Aroa se sentó a su lado y tomó un trago también.

@@@

Klaus y Lara caminaban delante. Cada cien metros más o menos tenían que detenerse a esperar a cerebrito.

—Te juro que estoy meditando muy seriamente rescindir nuestro acuerdo con este imbécil —Klaus se dirigió a Lara a la vez que se alejaba tan sólo un paso y aliviaba su vejiga.

—Ese chico es muy muy bueno en su trabajo —Lara no ocultó una mueca de desagrado por el comportamiento de Klaus.

—Yo también soy la hostia de bueno en el mío —regresó junto a Lara subiéndose la bragueta y colocándose bien toda la ropa— y no doy por culo a todo el mundo.

—Lo necesitamos, así que compórtate.

El chico llegó por fin hasta ellos y se dejó caer sobre la nieve, justo sobre el lugar en el que acababa de mear Klaus, éste no ocultó su satisfacción.

—Estoy harto de andar. No tienes ni puta idea de dónde estamos, has dicho que quedaba poco pero no llegamos nunca. Estamos perdidos cabrón —Klaus sonrió esta vez mirando donde estaba tirado cerebrito.

—Igual si no tuviéramos que parar cada cien metros habríamos llegado ya.

—Sí, seguro —el chico abrió su cantimplora llenada con la nieve fundida en el iglú y se la acabó— no me queda agua y tengo sed.

—Pues te jodes —Klaus echó a andar reanudando la marcha seguido de una pensativa Lara.

—No pienso andar más, estoy hasta los cojones —gritó el chico, pero cuando vio que ninguno se detenía recogió maldiciendo la mochila y continuó tras ellos arrastrando los pies.

Una media hora más tarde culminaron la subida a la última cota, tras ella debía aparecer ya la Estación. Klaus y Lara se despojaron de las mochilas. Klaus tomó los prismáticos y oteó el horizonte. Al principio no lo vio, estaba mirando más a lo lejos, pero al bajar las lentes lo descubrió. Era una construcción de madera. En uno de los lados leyó: “Restaurante Cabaña de los… al menos se podrían refugiar ahí y aprovisionarse de comida y agua. De paso se informarían de la situación del temporal que no cesaba y del motivo de que no funcionasen los teléfonos ni el GPS.

Cerebrito volvió a alcanzarlos y cogió la cantimplora de Lara. Tras terminarla se la devolvió.

—No puedo más. Se acabó, me quedo aquí, estoy reventado.

Lara miró a Klaus antes de hablar.

—Ahí delante hay un Restaurante, ya estamos cerca. Un esfuerzo más, vamos.

El chico se incorporó y le arrancó los prismáticos a Klaus de las manos.

—Por fin.

Se puso en pie y se lanzó ladera abajo.

—El que no podía más. Imbécil. Al final nos va a hacer correr el gilipollas.

—Vamos, no vaya a hablar más de la cuenta —los dos se pusieron en movimiento, el chico ya les sacaba más de cincuenta metros.

Desde atrás podían ver como cerebrito llegaba a las inmediaciones del Restaurante arrastrando la mochila por uno de los tirantes. Fuera se encontraban varias personas. Se dirigían a su encuentro.

—¡Joder! Ha ido más rápido en estos últimos metros que en todo el trayecto. Como la cague te prometo que le reviento la boca —los dos aceleraron aún más el paso.

—Pero ¿Qué coño hace ahora ese idiota? ¿Por qué se pelea con ese tipo? Será imbécil.

A unos treinta metros el chico era rodeado por todos los zombis. El grito, más de terror que de dolor, que profirió hizo que Klaus y Lara se detuviesen. Desde su posición fueron testigos de cómo la madre de Maite se irguió con los intestinos de cerebrito en la boca, tratando inútilmente de sujetarlos con las manos. Machu Pichu mantenía su cabeza echada atrás sobre la nieve mientras mordía y arrancaba su tráquea. El resto de personas se arremolinaban a su alrededor de forma totalmente anárquica tratando de conseguir su pedazo de carne.

—¿Qué está pasando Lara? ¿Qué coño está pasando?

—No lo sé Klaus, no había visto nunca nada igual.

—Mira, ha logrado levantarse ¿Cómo lo ha hecho?

Cerebrito se hallaba en pie, parecía confuso y aturdido. Las personas a su alrededor ya no hacían intención de atacarlo.

—Es imposible, fíjate en eso, mira su tráquea, debería estar desmayado de dolor ¡Qué coño! Debería estar muerto —la madre de Maite seguía tirando y los intestinos de cerebrito continuaban saliendo de su cavidad abdominal desgarrada.

De pronto, Toni y Machu Pichu fijaron su atención en ellos y con la boca todavía chorreando sangre fueron a su encuentro.

Klaus y Lara recularon unos pasos sin saber qué hacer. El grupo se interponía entre ellos y el Restaurante. Klaus extrajo el machete y se dispuso a enfrentarse a ellos.

—Mira sus ojos Klaus. Todos presentan los mismos ojos, incluso el chico ¿Qué está pasando?

—¡EH! Por aquí. No os enfrentéis con ellos, rodearlos corriendo rápido, son lentos pero si os cogen os devorarán —Sergio les gritaba desde la puerta de la cocina— entrad por la cocina, vamos.

Ni Klaus ni Lara sabían de qué hablaba ese extraño pero decidieron hacer lo que les decía. Ambos corrieron hacia la izquierda, Lara detrás, el hombre en cabeza. Sortearon a casi todos pero no pudieron evitar a una mujer que se había movido sorprendentemente rápido, era la madre de Alberto.

Klaus lanzó un tajo con el machete alcanzando a la mujer en diagonal en el pecho. Pudo sentir como la hoja del arma hendía la carne lanzándola hacia atrás. Continuaron corriendo hasta alcanzar la puerta donde les esperaba el extraño que los había salvado. Una vez entró Lara, Klaus se volvió y vio como la mujer a la que acababa de dar un tajo mortal en el pecho corría hacia él como si nada. Sergio lo empujó dentro sin miramientos.

Una sucesión de golpes y alaridos se sucedieron al otro lado.

En el interior de la cocina Klaus permanecía con la mente ida y los ojos en blanco mientras mantenía el cuchillo en guardia. Ni Aroa ni Sergio se atrevían a decir nada.

—¿Qué… qué les pasa a esas personas? ¿Por qué han atacado a nuestro amigo? —Lara parecía reaccionar más rápido y Klaus, en su abstracción fue capaz de pensar que cerebrito no era su amigo.

Aroa y Sergio no sabían por dónde empezar así que ninguno contestó a la pregunta.

—Son zombis, están enfermos, si te muerden te transformas en uno de ellos, vuestro amigo ahora es un zombi —Alberto soltó toda la parrafada de carrerilla, sin respirar siquiera, como si temiese no ser capaz de continuar si hacía un alto para coger aire.

Klaus lo miró y comenzó a reír de forma escandalosa. En el momento en que los zombis de fuera volvieron a gruñir y golpear las puertas se tragó su risa.

—Los zombis no existen. ¿Por qué se comportan así? —Lara se quitó la mochila y la puso sobre la mesa pero al descubrir restos de lo que tenía que ser sangre la volvió a coger y se la colgó de un hombro.

—Cómo llamarías tú a unas personas que no respiran, las cortas y no lo sienten, les clavas un cuchillo de un palmo en la espalda y no se enteran, que no respiran, que se comen a sus víctimas, aunque se trate de su propia familia, que han pasado la noche ahí fuera, a varios grados bajo cero y están como si nada, que cuando atacan a una persona, en pocos segundos se transforma en uno de ellos ¿Cómo les llamarías tú?

Lara se sintió de repente completamente agotada y necesitó apoyarse sobre la mesa para no caer.

—Vamos, venid dentro del local —Aroa la sujetó del brazo y la guió al interior del Restaurante.

—¿De dónde han salido? —Hizo una pausa como si hubiese caído en la cuenta de algo— ¿Tienen algo que ver con el hecho de que no funcionen los móviles ni el GPS? Lara parecía ahora totalmente repuesta, depositó la mochila sobre una de las mesas y recorrió todo el interior del local hasta detenerse frente a los niños.

—¿Son vuestros? ¿Son vuestros hijos?

Aroa y Sergio se miraron algo desconcertados.

—No, son clientes del Restaurante. Sus padres… sus padres —hizo un gesto con la cabeza señalando el exterior.

—Entiendo —cortó Lara— ¿Alguien sabe que estáis aquí? ¿Alguien más está al corriente de esta situación? Quizá en el Hotel o en la Estación de esquí —Sergio negó con la cabeza— creo que necesito beber algo fuerte.

—Yo también —aprobó Klaus— pero muy fuerte.

Ribes. Comisaría

El señor Antonio reunió a todos los empleados del Hotel en uno de los salones. Después de las preguntas de rigor el Jefe llegó a la conclusión que ya esperaba: Ninguno, aparte del recepcionista, había visto, ni había hablado con el sospechoso. Por supuesto tampoco se cruzaron en ningún momento con la madre del niño. Si había llegado a entrar en el Hotel nadie la había visto. En la habitación no hallaron una sola prueba de que alguien más, aparte del bebé hubiese estado en ella.

El trago de encontrarse con la criatura con el cuello roto sobre la cama fue sin duda uno de los peores momentos en la vida de Ramón. Ribes era una localidad pequeña, no había asesinatos y menos de bebés, y mucho menos de esa forma, bueno, ni de esa ni de ninguna, en toda su carrera no había llevado ninguna investigación por asesinato. No cabía duda de que se trataba de un crimen deleznable y totalmente gratuito, innecesario y que no acertaba a comprender.

El Jefe envolvió el pequeño cuerpo en su propia mantita y lo depositó con toda la delicadeza que pudo en el centro de la cama. No era algo habitual, pero en las circunstancias actuales la posibilidad de que un Juez acudiese a proceder al levantamiento del cadáver era algo ilusorio. Tampoco era probable que se presentase la policía científica aunque dudaba que encontrasen algo. Cuando terminaran de interrogar a todos los huéspedes tendrían que llevarse el cuerpo del bebé. No podían dejarlo allí sin custodia y tampoco podía prescindir de ninguno de sus hombres.

Entre los huéspedes con los que hablaron ni uno solo recordó haber visto al bebe, menos al hombre de color y a su posible madre. Eso concordaba con lo que les había contado Pascual, el recepcionista.

Una vez acabaron, precintaron la habitación, seguía siendo el escenario de un crimen.

El trayecto de regreso a la Comisaría resultó ser un bálsamo, la necesidad de prestar toda su atención a la conducción sobre la carretera cubierta de nieve evitó que le diese más vueltas al asunto del crimen y permitió que la imagen del cuerpo sin vida del bebé desapareciese por unos instantes de su retina.

Cuando Piqué descendió y se llevó dentro el cuerpo de la criatura Ramón permaneció en el interior del todoterreno. No quería entrar, necesitaba algo de perspectiva, decidió levantar de la cama a Juliana.

Condujo lentamente hasta su domicilio. Se detuvo justo delante de su puerta. Se trataba de una casa con un reducido jardín que Juliana mimaba en sus ratos libres. Sacó su gorra y su chaquetón, al ir a ponérselo el walkie cayó al suelo del coche. Se agachó a recogerlo pero el golpe de su maltrecho hombro contra el volante le hizo maldecir a todo el Santoral; tras cerrar con un fuerte portazo lo dejó allí.

Después de tropezar dos veces antes de llegar a la puerta llevó la mano al timbre. Soltó un taco al recordar que continuaba sin haber luz y golpeó sobre la puerta con los nudillos varias veces. Se masajeó el hombro mientras esperaba. El dolor no remitía.

En el interior no se oía nada, repitió la operación esta vez con más fuerza. Juliana no contestaba, debían haberse cruzado por el camino.

—¿Busca a Albert? —La voz lo sorprendió cuando ya regresaba a su coche— ¿Es compañero suyo? —Una señora mayor ataviada con una bata de franela de vivos colores se dirigía a él desde la puerta del domicilio contiguo.

—Sí, Albert trabaja conmigo, pero debemos habernos cruzado, ya estará camino de la Comisaría, vuelva dentro, hace mucho frío.

—No, el chico aún no ha salido, ayer llegó muy tarde, trabaja demasiado —Ramón creyó entrever un ligero matiz de reproche en su comentario— pero es extraño que no ande ya levantado, es un joven muy madrugador, no se le pegan las sábanas ni los fines de semana, ayer debió tener un día muy duro.

No tiene ni idea, pensó Ramón. Dio media vuelta y se dispuso a golpear con más fuerza la puerta de su hombre.

Cuando ya había descargado un par de puñetazos de considerable potencia la señora se situó a su lado.

—Anoche ocurrió algo extraño —Ramón la observó sin saber muy bien si quería escuchar las historietas de la “abuela cebolleta”— al poco de llegar, sí, no habrían pasado ni diez minutos, creo que vi a alguien merodear por la entrada —como el policía no hacía ningún comentario la mujer continuó— una media hora después de eso escuché voces, voces muy altas y un grito, luego un par de petardos, primero uno y más tarde otro, puede que dos. Sí, justo cuando se fue la luz.

—¿Petardos?

—¿Qué otra cosa podía ser si no?

—Tal vez la televisión, la radio, un vaso que se rompe —la mujer lo miraba fijamente sin decir nada y cuando acabó se encogió de hombros.

—Debería entrar.

—Juliana no está, la puerta está cerrada y él irá camino de la Comisaría, puede que ya se encuentre allí.

—No, ya le he dicho que no ha salido, además su coche sigue allí aparcado, es aquél ¿Lo ve?

Ramón sí que se sintió preocupado ahora. Sin coche no podía desplazarse hasta la Comisaría, bueno, sí podía, pero no era lógico ni propio de Juliana. Tal vez se hubiera ido con alguien pero la insistencia de la mujer y lo extraño de todos los acontecimientos que estaban teniendo lugar terminaron por convencerlo de que debía entrar en la casa.

Sacó su porra y se encaminó a la ventana más próxima con la intención de romper un cristal y acceder.

—Es mejor por la puerta —la mujer ya tenía la llave dentro de la cerradura— me las deja para que riegue las plantas cuando va a estar varios días fuera.

Sujetó a la mujer para que no entrase.

—Espere fuera, iré a por una linterna.

Cuando abrió la puerta del coche el walkie crepitaba, al final tendría que agacharse a recogerlo

—Ramón… aquí Leyre ¿Me oyes?

—Hola Leyre ¿Qué pasa?

—Me he enterado de lo del bebé…

—Sí, horrible, hablaremos cuando vuelva a Comisaría, te pondré al corriente de lo que pueda.

—Vale, pero no se trata de eso. Verás, he recibido una llamada de lo más extraña. Creo que entendí que llamaban del Restaurante que hay en lo alto de las pistas, la Cabaña —Ramón quería acabar lo antes posible con la conversación, la abuela se impacientaba y si tardaba temía que entrase sin esperarlo, así que no interrumpió a la alcaldesa— el caso es que decía que estaban rodeados de —se interrumpió— de zombis.

—Joder, Leyre, ya.

—Vamos Ramón, el que llamaba parecía realmente aterrorizado. No pude seguir hablando con él, la comunicación se cortó, sabes que yo no bromearía con una cosa así.

—Leyre, el payaso de mi hermano llamó ayer avisando también de “otro ataque de zombis”, lo cogió uno de mis ayudantes. Escucha tengo algo urgente que hacer, en cuanto pueda paso por allí y hablamos. Corto.

Arrojó el walkie sobre el asiento meneando la cabeza y acordándose de su hermano.

Llegó a la entrada del domicilio de Juliana y con el haz de luz apuntando al interior pasó adentro. La mujer lo seguía un paso por detrás. Al llegar al salón percibió que algo raro ocurría.

—Salga fuera ¡YA!

Las persianas estaban bajadas. Con la ayuda de la luz que proyectaba la linterna, descubrió la bandeja tirada en el suelo al lado de cristales rotos y un par de magdalenas entre manchas de leche. El siguiente giro le mostró el cuerpo de Juliana tendido boca arriba junto a un sillón de cuero negro. Se arrodilló a su lado intentando buscar su pulso pero la temperatura de su cuello le indicó claramente que ya era tarde. La inspección de su cadáver le reveló que presentaba tres impactos, uno en la rodilla, seguramente el primero, y dos más en el pecho mortales de necesidad. Buscó en derredor por el suelo y no tardó en descubrir los tres casquillos, el asesino ni siquiera se había molestado en buscarlos, eso quería decir que no encontrarían nada en ellos.

—Le ha ocurrido algo malo ¿Verdad?

—Sí señora, sí, muy malo.

—Lo sabía, tenía un pálpito, desde que vi a ese hombre con esas trenzas raras en la cabeza supe que no era bueno.

—¿Trenzas? —Ramón recordó algo— ¿El hombre no sería negro y lo que tenía en la cabeza rastas?

—Sí, era negro, muy negro y llevaba trenzas raras —insistió la mujer.

Tras comunicar con la comisaría y ordenar venir a Puyol y a Alba continuó la inspección de la casa de Juliana. La vecina, aunque afectada había encajado perfectamente la noticia, según ella porque ya intuía algo así y se ofreció a prepararle un café cargado a Ramón quien, con tal de mantener a la señora alejada del escenario, lo aceptó.

Algunos vecinos se empezaban a congregar a la entrada de la vivienda, parecían tener antenas en la cabeza, era sorprendente lo rápido que las malas noticias se extendían.

El Jefe se entregó a intentar desentrañar lo ocurrido. Se desplazaba por la casa hablando en voz alta.

Te fuiste tarde, junto con el resto. Viniste directo. No llegaste a tomar la leche, el tipo te sorprendió nada más llegar a casa. Tenía prisa por conseguir lo que quería, no esperó demasiado.

Volvió a la entrada, no había rastro de cerraduras forzadas ni ventanas rotas. O bien el asesino era muy hábil con las ganzúas o Juliana le había abierto confiado. Se masajeó las sienes. Su cerebro no estaba en las mejores condiciones para procesar todo lo que estaba ocurriendo.

El disparo en la rodilla indica que te interrogó sobre algo, o quizá fue para intimidarte y minar tu resistencia, pero sobre qué, ¿Qué era lo que quería saber? ¿Qué podía querer de ti?

—El helicóptero —Alba acababa de entrar por la puerta junto a Puyol.

—¿Qué?

—El helicóptero, intentaba obtener información relativa al aparato.

—Sí, eso fue lo que me preguntó, quería saber si alguien podría trasladarlo al Refugio o algo así, me contó la historia esa del familiar enfermo —confirmó Puyol.

—No, no era eso lo que le interesaba —Alba cogió el walkie y comunicó con Ramos— busca donde guardáis las llaves, mira a ver si falta alguna.

Al momento el walkie crepitó de nuevo.

—No os lo vais a creer, el cajetín está vacío, han desaparecido todas las llaves, hemos encontrado un par de manojos en el suelo, junto a la pata interior de la mesa, del resto ni rastro.

—En el aseo hay huellas de pisadas, alguien ha estado oculto allí —el que transmitía ahora era Corbé.

Ramón le arrebató el walkie a Alba.

Buscaba las llaves, no necesitaba piloto, quería las llaves para robar el aparato —dijo para sí.

—Id al hangar del helicóptero, nos vemos allí. Comprobad antes que no haya desaparecido nada más, armas, lo que sea y tráete la copia de las llaves de la caseta.

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Llamar hangar a eso era un completo eufemismo. El aparato dormía dentro de una explanada vallada con una pequeña caseta que albergaba material. Años atrás cuando les asignaron el helicóptero guardaban las llaves en esa misma caseta, pero un acto vandálico que resultó más una gamberrada que un intento de robo los persuadió de reubicar la custodia de las llaves.

La cerradura de la caseta estaba intacta y su interior no mostraba indicios de que hubiese sido asaltada, tampoco había huellas en los alrededores, aunque muy bien las hubiese podido cubrir la nieve caída.

El helicóptero era otra cosa, ni rastro de él.

—Hijo de puta —Ramón reventó por fin.

Se alejó entre la nieve lanzando improperios de todo tipo, sus hombres permanecieron junto a la caseta.

—¿Cómo llegó hasta aquí? —Ramos miró a Piqué sin tener muy claro si se dirigía a ellos o estaba hablando solo— llegó al Hotel con un bebé, no pudo presentarse aquí andando. Por alguna parte debe haber un vehículo con una sillita para bebés, no creo que desde casa de Juliana viniese hasta aquí caminando. Buscad en las inmediaciones.

Cuando todos fueron a inspeccionar los alrededores en busca de un coche de esas características el Jefe cogió del brazo a Alba.

—Lo siento —se detuvo un instante para buscar las palabras adecuadas— me advertiste sobre ese tipo y no te hice caso. Ahora mi prepotencia ha causado la muerte de Juliana —atajó con un gesto el intento de intervenir de Alba— no sirve como excusa, pero hace algún tiempo ocurrieron cosas que…

—Estoy al corriente —interrumpió ahora el novato.

—Bien, en cualquier caso debí verificar tu observación.

—Hay otra cosa —Alba se sentía ahora autorizado para expresarse libremente— la llamada que recibió de su hermano —Ramón estuvo a punto de saltar pero en el último momento se contuvo y le dejó hablar— hablaba de extraños sucesos, creo que deberíamos verificarlos. No parecía el tono de voz de un bromista, créame.

—Jefe, hemos encontrado el coche, tiene que venir —Ramón agradeció la interrupción de Ramos.

En torno al todoterreno verde, con más de un palmo de nieve encima, se hallaban Piqué y Puyol con semblante serio. Ramón echó una rápida ojeada al interior. Las llaves estaban en el contacto y el interior parecía en orden. Continuó hasta el maletero abierto, en él descubrió el cuerpo sin vida de una mujer dejado caer sin ninguna consideración. Debía ser la madre del niño.

—El vehículo está a nombre de Aurora Blanch, era ella, en su bolso hemos encontrado su DNI. El titular del seguro es un hombre, probablemente se trate de su marido o su pareja: Pedro Coll. El móvil está descargado. Parece que residían en Barcelona, tenemos la dirección que consta en la documentación.

—Volvamos a la Comisaría, dejaremos el cadáver de la madre junto al cuerpo de su hijo. En cuanto se restablezcan las comunicaciones pasaremos nota a Barcelona para que lo verifiquen. Ramos, tú y Piqué recoged el cuerpo de Juliana. Nos vemos en la Comisaría.

Nuria. Albergue

Pau estaba tumbado en la cama superior de la litera. Había pasado toda la noche despierto y al final el sueño lo había vencido, ahora dormía aunque su respiración era agitada. En la puerta de la habitación Marga y Luna asistían en silencio al regreso de los dos chicos. Volvían del piso superior. Subieron con la intención de comprobar si podían avistar el Hotel o el Santuario. Nines ya les había dicho que era inútil, que desde allí no se alcanzaba a ver ninguna de las dos edificaciones pero decidieron ignorarla y subir de todas formas.

Junto a ellas tres de las chicas esperaban también comiendo una chocolatina Crunch cada una. Las otras dos jóvenes debían estar durmiendo. Una de ellas había sufrido una crisis nerviosa hacía poco más de media hora. Los chicos las estaban confirmando lo que antes les dijese Nines: desde ningún punto del Albergue se podía ver el Hotel ni el Santuario, de hecho, con la nieve que seguía cayendo apenas se divisaba nada a más de cincuenta metros.

Nines salió de una de las habitaciones, giró y echó a correr hacia el fondo del pasillo; al llegar a la última ventana la abrió y sacó la cabeza fuera. La reacción de la mujer pilló al resto por sorpresa. Marga y Luna corrieron tras ella al ver que abría la ventana pensando que pretendía saltar pero se detuvieron cuando la vieron meter la cabeza y hacerles señas para que se acercaran con una sonrisa en su boca.

—¿No lo oís? —Marga se giró hacia su amiga pensando que la mujer había perdido ya todo el juicio pero en la expresión de Luna descubrió que ella también había escuchado algo.

El resto de jóvenes acudieron hasta la ventana abierta y asomaron sus cabezas dejando que los blancos copos se posaran en sus cabellos. En el exterior los zombis se giraban sobre sí mismos sin ser capaces de localizar la dirección de la que provenía el sonido.

—Lo oigo pero ¿Qué es? —Preguntó uno de los chicos.

—Un helicóptero, el sonido es inconfundible, alguien ha llegado al Valle, pronto acabará esta pesadilla —Nines lloraba de alegría pensando en su marido atacado por esas bestias deambulando por el piso inferior.

Todos sonreían y Marga decidió ir a despertar a Pau pero el sonido sordo y seco la hizo parar.

—¿Y eso? —Marga interrogaba a Nines que había vuelto a sacar la cabeza.

De inmediato dos nuevos sonidos les llegaron desde el Valle, parecían llegar de todas direcciones a la vez.

Los zombis de abajo despertaban enfurecidos de su letargo y no se decidían hacia qué dirección comenzar a caminar, incluso al otro lado de las escaleras también empezó a escucharse barullo de pasos y gruñidos.

—Parecen disparos —el semblante de Nines denotaba ahora preocupación.

Más disparos se sucedieron.

—Será la policía, la policía debe estar enfrentándose con los zombis —Los chicos se mostraban entusiasmados pero Marga y Luna continuaban observando a Nines y su recelo aumentaba.

Los disparos habían cesado por completo y ahora eran los muchachos los que no veían clara la situación.

—No pueden haber acabado con todos, aquí hay muchos y vinieron de allí, esa zona debe estar plagada de esos seres, no han podido matarlos a todos.

Un espeso silencio se apoderó de ellos.

@@@

Maica se volvía más audaz por momentos. Había vuelto a salir de la nevera varias veces; incluso su cuerpo había recuperado suficiente calor como para ver la situación con un moderado optimismo. Ahora no era objeto de un peligro inminente. En caso de necesidad siempre podía volver a protegerse en la cámara, ahora ya tenía una temperatura soportable. Era cuestión de tiempo que las autoridades llegasen en su ayuda.

En estos momentos se hallaba observando por el espacio que quedaba entre el suelo y las puertas de la cocina. No se había atrevido a asomarse al ventanuco, le daba la impresión de que ahí era mucho más visible.

La visión de todas esas personas moviéndose lentamente de un lado a otro era sobrecogedora pero resultaba enormemente adictiva. Maica no podía dejar de observarlos. Era alucinante. Algunos presentaban heridas abiertas que por fuerza deberían haberles costado la vida y sin embargo ahí estaban, paseando de lado a lado como si nada.

Se hallaba de rodillas junto a las puertas de vaivén con la sien pegada al suelo. Ninguna de esas personas parecía fijarse en ella, de hecho, no parecían mirar nada concreto, estaba segura de que si cerraran los ojos continuarían caminando de la misma forma.

Se fijó en sus pies. Todos los arrastraban, a menudo tropezaban con objetos diseminados por el suelo fruto, seguramente, de la lucha que se produjo en los comienzos del ataque. Cuando chocaban con algo, o entre ellos, simplemente giraban y seguían en otra dirección. A Maica le recordó un juguete que le regalaron un cumpleaños a su sobrino, era una especie de robot que avanzaba arrastrando los pies en linea recta hasta encontrar algún obstáculo, en ese momento giraba, unas veces un ángulo y otras otro y seguía desplazándose. Su sobrino se reía cada vez que el robot chocaba con algo. Dio gracias a Dios de que no se encontrase allí.

Algo llamó su atención detrás de un mueble derribado, era un bulto que avanzaba; cuando el bosque de piernas se diluyó unas manos se hicieron visibles y entre ellas una cabeza. Una cabeza cuyos ojos la observaban directamente, la habían descubierto. Se preparó para echar a correr pero esos ojos la tenían hipnotizada, constituían una visión completamente surrealista.

Era una mujer, se arrastraba ayudada de sus manos. Su cuerpo tiraba de sus piernas, debía tener partida la columna. Su avance era lento pero inexorable, se dirigía sin duda hacia ella.

Otro de esos seres golpeó con su pie la cabeza de la mujer girando su cuello dejando ver una terrible herida en su cuello, su tráquea había desaparecido.

Maica reaccionó por fin. La mujer estaba a menos de dos metros y seguía avanzando, tenía que volver a su escondite. Entró en la cámara y pegó la oreja a la puerta. Al poco escuchó como las puertas de vaivén crujían, había entrado. Oyó claramente como la mujer se arrastraba y sus piernas flácidas chocaban con algún mueble hasta detenerse por completo.

En su escondite Maica no fue capaz de escuchar el ruido producido por los rotores del helicóptero ni los disparos que se fueron sucediendo, tan solo alcanzó a darse cuenta del repentino cambio en la actitud de los seres al otro lado, gruñían y gritaban como no los había oído hacer desde que se produjo el ataque inicial, algo los había alterado pero no era capaz de imaginar qué.

 

PERSONAJES DE ESTE CAPÍTULO

Lucía y Ana

Aroa

Sergio

Alberto

Maite

Klaus

Lara

Cerebrito

Toni

Machu pichu

Pascual

Sr. Antonio

Ramón Ramis

Miguel Ramos

Marc Piqué

Cristian Alba

Artur Puyol

Albert Juliana

Félix Corbé

Pau y Toni

Marga y Luna

Nines

Maica

 

 


Nueva entrega de Recién Muertos

Muchos piensan que el Apocalipsis zombi será nuestro principal problema el día de mañana, que el mundo estará dividido entre supervivientes en busca de recursos y muertos en vida siguiendo su rastro. Se olvidan de los cazadores ancestrales, los monstruos que se han alimentado de nosotros desde el principio de los tiempos y que sin duda lo harán en el futuro.
Licántropos, lupinos, lobisomes, hombres lobo, son algunos de los nombres por los que son conocidas estas crueles criaturas, para muchos malditas, obligadas a matar cada luna llena, a devorar la carne de inocentes para saciar sus salvajes instintos y calmar el fuego que corre por sus venas, ese líquido viscoso que les hace ser mitad hombre mitad bestia, su Sangre Impura.
De los creadores del exitoso Recién Muertos, ganadora de los premios literarios EATER 2012 y Asturias FanTerror, llega una nueva antología de relatos en la que se mezclan acción, fantasía, suspense y sobre todo terror. En Sangre Impura encontrarás diez apasionantes historias donde, además de humanos y zombis, unos nuevos invitados toman protagonismo.
Los lobos ya están aquí…

Buscamos la financiación necesaria para autoeditar el libro «Recién Muertos: Sangre Impura». Una original antología de relatos de zombis y hombres lobo. Consta de diez relatos escritos por autores indie.

Vuestras aportaciones se destinarán a pagar los gastos de gestión para editar el libro (ISBN, depósito legal, etc) y los costes de imprenta para lanzar la primera tirada de ejemplares. A cambio, hemos diseñado unas estupendas recompensas.

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Recien_Muertos – Sangre_Impura

Capítulo XIII. Parte I

Viernes 28 de diciembre de 2012. Entre las 09:00 y las 12:00 horas

Nuria. Helicóptero

El vuelo estaba resultando más complicado de lo que Didier había esperado. El radar no funcionaba, por lo que la única forma de orientarse era usar vías de comunicación identificables. El problema era que al Valle sólo llegaba el Cremallera y la nieve acumulada sumada a la que seguía cayendo hacían muy complicado distinguir la vía.

Por fin identificó la presa, el Hotel y el resto de edificaciones. Sobrevoló el Santuario y decidió tomar tierra frente a la entrada principal del Hotel, justo por delante del lago ahora helado.

Se fijó en el entorno. Todo aparecía nevado, el blanco de la nieve hasta molestaba. En la entrada al Hotel se agolpaban multitud de personas ávidas de esquí. Didier no podía entender qué era lo que la gente encontraba de atractivo en lanzarse ladera abajo sobre unas tablas, azotado por el viento y la nieve. Su ideal de vacaciones perfectas distaba mucho de eso. Aguas cristalinas, una playa virgen, una mulata, también virgen y una cerveza bien fría. Cuando terminase este trabajo iba a tomarse un merecido descanso, hasta era posible que se pasara un año sabático.

Giró el aparato y dejó el morro encarado a la salida del Valle, era una costumbre que venía de tiempo atrás: “deja el vehículo preparado para escapar”, en esta ocasión no dejaba de ser algo innecesario, sólo tenía que elevarse, pero una costumbre era eso: una costumbre.

Mientras los patines se posaban en el suelo hasta desaparecer por completo bajo la nieve, Didier observó cómo la gente se dirigía hacia el helicóptero; parecía que no tenían nada mejor que hacer. Debería darse prisa en terminar. Confiaba en que Bastian y Alizée ya hubiesen concluido la “transacción”, no quería permanecer allí más tiempo del estrictamente necesario, la policía de Ribes no tardaría en descubrir el robo y al muerto, si no lo habían hecho ya.

Aún con los dedos entumecidos por el frío, no le había dado tiempo a la cabina a calentarse, fue apagando todos los sistemas del aparato. El rotor de cola ya se había detenido pero las palas del rotor principal continuaban girando.

Descendió y observó como la nieve era dispersada por el aire que levantaban las aspas del aparato. Se colocó el abrigo que se había quitado al subir y cuando iba a sacar la llave y cerrar fijó su atención en toda la gente que iba hacia él. Se apartó un poco del morro del aparato para poder observarlos mejor. Eran muchos, no, eran todos, en las inmediaciones del Hotel ya no quedaba nadie, se dirigían todos hacia el helicóptero, hacia él.

Algo resultaba extraño en esa estampa, la nieve cayendo, los rotores girando ahora con menos fuerza ya, los edificios nevados, ninguna luz encendida. Tal vez fuese eso, allí también se debía haber ido la corriente eléctrica. Eso sería un contratiempo, algo en lo que no había pensado. Pero no, no era eso, se trataba de otra cosa. En ninguno de los edificios se observaba actividad, ni en el Hotel, ni en el Santuario, tampoco parecía que hubiese movimiento en la Estación. No, lo que percibía era algo diferente. Se fijó entonces en las personas que iban a su encuentro, ya estaban a menos de cuarenta metros, desde ellos parecía llegar una especie de rumor, como un grito sordo y continuado. Avanzó un poco y se desplazó unos metros a la izquierda a la vez que giraba la cabeza para tratar de orientar el oído y ser capaza de entender lo que gritaban.

Entonces ocurrió, fue algo alucinante, al mismo tiempo que él se movió, “todos” se movieron cambiando levemente la dirección de sus pasos. A Didier le recordó uno de esos documentales marinos en los que proyectaban imágenes del movimiento conjunto de un banco de peces, todos se movían y cambiaban de dirección a la vez, como si se tratase de un solo ser. Debía haber sido una casualidad, se alejó un par de pasos más a la izquierda y la respuesta del grupo de personas fue el mismo, ya estaban a unos treinta metros y Didier comenzaba a inquietarse ¿Por qué todos iban hacia él? ¿Qué querían?

Los primeros ya estaban lo suficientemente cerca para que Didier pudiese distinguirlos perfectamente. Era extraño, algunos llevaban nieve sobre todo su cuerpo, como si se hubieran revolcado en el suelo o como si los copos blancos hubiesen estado cayendo sobre sus cabezas toda la noche.

Pero peor eran las heridas y cortes que presentaban la mayoría en sus cuerpos. Un adolescente que caminaba sin abrigo, sin jersey, captó toda su atención, nada cubría su cuerpo amoratado y de la extraña herida de su costado parecía colgar algo que no pudo identificar. Lo que veía no le gustaba, decidió volver al aparato. Se giró hacia el helicóptero pero ya era tarde, estaba casi rodeado por completo por la multitud.

Las aspas ya habían dejado de girar y podía escuchar con total nitidez los gruñidos, puesto que no eran gritos normales, que esas personas proferían.

Decidió pararlo, tenía que lograr que se detuvieran y poder volver así al helicóptero. Sacó su pistola del bolsillo y apuntó a los que avanzaban en cabeza. Cuando se vieran encañonados se detendrían, nada tenía tanto poder de persuasión como un arma apuntando al pecho.

Su jugada no funcionó, la muchedumbre ni siquiera había dudado un instante, como si les diese lo mismo. Didier era un tipo frío, de nervios muy templados, pero nunca se había enfrentado a una situación así. Pensó en disparar pero eso no le acarrearía más que problemas y podría dar al traste con la operación.

Entonces ocurrió: un disparo sonó proveniente del Hotel, y al momento dos nuevos tiros resonaron en el Valle. Ya era suficiente, no necesitaba más. Elevó su arma y realizó un par de disparos muy seguidos al cielo. Tampoco funcionó, era como si esa gente estuviese sorda, ni siquiera se inmutaron.

Ya estaban a menos de veinte metros, no podía regresar al helicóptero. Reculó apuntando al frente.

—¡No se acerquen más! ¡Deténganse o dispararé!

Ninguno se paró y Didier apuntó al más próximo, un hombre corpulento con la cabeza y los hombros cubiertos de nieve. Dirigió el cañón a su pierna izquierda y disparó. El proyectil atravesó su cuádriceps limpiamente alojándose en la nieve y tiñendo de rojo su trayectoria. Lejos de detenerse, este último disparo parecía haberlos excitado más, a Didier le daba la impresión de que ahora iban más rápido. Apuntó de nuevo al hombre y le voló la clavícula derecha. El tipo ahora sí se detuvo, trastabilló unos instantes y al final fue engullido por el resto de personas que le iban a la zaga. Didier continuó, no obstante, observándolo. Efectivamente, el hombre continuó como si nada, como si la bala no lo hubiese acertado, pero Didier sabía que no era así, no había fallado, estaba retrocediendo, pero no había errado el tiro, seguro.

Apuntó ahora al adolescente medio desnudo y le alojó una bala en el corazón, ¡a ver si caía o no! Didier se pasó la mano libre por los ojos, el chico seguía andando indiferente, era imposible, una mancha roja rodeaba el orificio de entrada de la bala en el corazón del muchacho, pero éste seguía avanzando. Didier se detuvo entonces y apuntó cuidadosamente a la cabeza del joven, entre los ojos. Vio perfectamente como el proyectil penetraba en su frente y como el chico caía, por fin, de bruces sobre la nieve. Pero ni siquiera eso amedrentó a los demás, continuaban avanzando hacia él. Didier apuntó a la cabeza de otro individuo, también cayó fulminado, luego a una mujer, lo mismo. Sentía como su adrenalina se multiplicaba, ese estrés, lejos de ponerlo nervioso lo tranquilizó. Sus disparos eran totalmente precisos, letales, hasta que sonó un ¡clac! La recámara estaba vacía, había agotado el cargador. Empuñó la otra pistola y alimentó un nuevo cartucho, pero esta vez no le dio tiempo a disparar, la marcha zombi lo alcanzó y fueron cayendo sobre él como animales.

Mientras lo devoraban su mente se negaba a aceptar que esas personas lo estaban despedazando vivo.

Nuria. Santuario

Todos los monjes se hallaban en el Refectorio. Los fogones de la cocina encendidos lo convertían en la dependencia más confortable del Santuario, además la amplitud les permitía permanecer juntos. Ninguno mostraba el menor interés por separarse del grupo; de hecho, tan solo Arnau, Leo y un par de monjes se habían decidido a acercarse a sus habitaciones, necesitaban tomar una medicación, así que los dos hermanos no contaban. Arnau, por contra, acompañado del joven tenía intenciones bien diferentes y además de haber estado en sus aposentos se desplazó hasta un punto desde el que podía observar el lago helado y la entrada al Hotel.

El Refugio estaba rodeado de zombis expectantes. Desde allí pudo examinarlos un tiempo. El comportamiento de todos era similar, apenas se movían, permanecían en pie, a lo largo de todo el edificio, esperando supuso Arnau, aunque no pudo explicarse a qué. Eran muchos, tan solo tenían que lanzarse en fuerza sobre el Hotel, y sus ocupantes no tendrían nada que hacer. Sin embargo, ahí estaban, indiferentes al frío y a la nieve que caía y que había estado cayendo durante toda la noche, aguardando. Leo no articuló palabra alguna recordando los ojos de su novia. Arnau le echó el brazo por los hombros y los dos volvieron lentamente al Refectorio.

El Abad los vio regresar y llevó aparte a Arnau. El resto de hermanos se preguntaron el motivo de ese comportamiento pero respetaron la decisión de su superior. Leo no era religioso, ni siquiera creyente y no pertenecía a la disciplina del Monasterio, así que no tardó en unirse a ellos. El abad no pudo reprimir una mueca de disgusto pero como al hermano Arnau no parecía contrariarle lo dejó estar y comenzó a hablar.

—Ya está bien entrado el día —dirigió la vista a los tragaluces en la parte más alta de los muros laterales del Refectorio, por ellos entraba ya luz. Fuera debía continuar nevando y el cielo tenía que estar encapotado pero aún así la iluminación recibida era más que suficiente— tal vez deberíamos acercarnos al Hotel a pedir ayuda.

—No, no, no —Leo negó en voz alta pero calló tras el gesto de Arnau.

—En algún momento tendremos que salir y ahora tenemos el día por delante.

—No es buena idea, ya os lo he dicho, es mejor esperar a recibir ayuda —insistió Leo.

Arnau se tomó un tiempo para terminar de decidir qué hacer. No le gustaba la situación actual, no quería continuar encerrado entre los muros del Santuario sin saber qué le ocurría al resto del mundo. Los terminales móviles seguían sin funcionar y la luz continuaba sin regresar. Presentía que no era una situación normal. Eso sin tener en cuenta a los zombis que parecían asediar el Valle, lo que por sí solo ya era suficiente contratiempo. Pasó suavemente la mano por su cadera, ahí debería haber estado su arma. Por otro lado, lo que había descubierto en el exterior desaconsejaba cualquier intento, por el momento, de abandonar la protección del Santuario.

Cuando se disponía a comunicarle lo que habían descubierto fuera, un sonido fue irrumpiendo lentamente en el Santuario inundándolo todo.

—¡Es un helicóptero!

—¡Es un helicóptero!

—¡Es un helicóptero!

Los gritos y las expresiones de júbilo se sucedían, los monjes se abrazaban unos a otros felicitándose por la conclusión de la situación.

Arnau tenía claro que se trataba de un helicóptero pero era reacio a lanzar las campanas al vuelo. Seguido de Leo y el Abad y detrás por el resto de monjes, se dirigió al lugar desde el que habían estado observando el exterior momentos antes.

Entre el barullo, Alain sujetó a Dominique y lo apartó dejando que todos los pasaran. El monje se soltó de su mano abruptamente.

—¿Qué haces?

Por un instante pareció que Alain fuese a golpear a Dominique, pero enseguida trató de obviar la actitud agresiva de éste.

—En caso de que ocurra cualquier contratiempo nuestro punto de reunión será la Ermita —Dominique se puso lívido y un escalofrío recorrió su cuerpo desde la nuca hasta los pies. Se extrañó de que Alain no lo advirtiese— allí procederemos a realizar el intercambio. Más te vale no intentar jugármela.

Dominique se alejó tras Arnau y el resto sin decir nada, estaba seguro de que Alain habría notado el nerviosismo en su voz.

Cuando alcanzó al grupo, ya se habían empezado a escuchar disparos y los monjes se esforzaban en intentar descubrir qué era lo que pasaba fuera. Arnau les fue relatando como del aparato había salido un solo individuo y cómo estaba siendo atacado por la turba zombi. El fin de los disparos fue acompañado por un solemne silencio por parte de los religiosos que terminó con el Abad dirigiéndolos a la Capilla para orar por el alma del desdichado.

Nuria. Estación de Esquí

Vera se hallaba acurrucada en su silla. Aún no se le había ido el miedo del cuerpo. El ruido del helicóptero probablemente la había salvado de algo mucho peor que el hecho de que ese salvaje la hubiese arrebatado violentamente el abrigo. Tenía la total convicción de que de no ser por eso la hubiera arrojado sobre la mesa y habría consumado su violación con la complicidad indolente de los otros tres. El disparo de adrenalina hacía que sintiera el frío menos que cuando vestía su chaquetón. Tenía que escapar de allí, era consciente de lo que la esperaba si se quedaba y la llegada de ese helicóptero podía ser su única oportunidad.

Los cuatro hombres, como si fuesen colegas de toda la vida, expresaban su alegría mientras arrastraban una mesa y colocaban sobre ella uno de los taburetes para tratar de alcanzar así el ventanuco situado en lo alto de la pared.

Vera se levantó tratando de parecer invisible y se acercó a la puerta. Su acosador, encaramado ya al taburete golpeaba el cristal de la ventana para hacer caer la nieve depositada por fuera y poder así ver algo. De reojo observó como la chica iba hasta la puerta; sonrió y tocó el bolsillo de su pantalón donde había guardado la llave de la oficina. Tras disfrutar de ese instante de perversión se volvió a concentrar en la ventana, ya se ocuparía luego de ella.

Junto a la puerta, Vera se debatía entre la necesidad de escapar y el saber que su huída condenaría a un final horrible a los otros. El bastardo no le causaba el menor remordimiento, pero la muerte de los otros tres sería algo que nunca podría perdonarse y que jamás sería capaz de olvidar. Por más que se dijese que ninguno de ellos había hecho nada por ayudarla la decisión era cruel y brutal.

Al final, el pánico que sentía fue superior a cualquier consideración moral y sacó el manojo de llaves oculto en la funda de gafas depositada en el armario situado al lado de la puerta. Ninguno de los hombres se dio cuenta de nada. Ni siquiera fueron capaces de comprender cómo los infectados habían logrado abrir la puerta cerrada con llave y echarse sobre ellos.

Vera permaneció escondida entre la puerta abierta y la pared viendo pasar por la rendija uno tras otro a todos esos horribles seres, escuchando sus gruñidos. Cuando entró el último y estuvo relativamente convencida de que no quedaban más, con los alaridos de terror de los cuatro hombres retumbando en sus oídos, salió de la oficina y cerró por fuera con llave.

Las lágrimas brotaban de sus ojos sin que hubiese fuerza alguna capaz de contenerlas. Se sentía miserable, la peor persona del mundo, merecía la muerte mil veces por lo que acababa de hacer, pero, sin embargo, el espíritu de supervivencia que todo ser humano lleva dentro la empujaba al exterior, a buscar un lugar seguro donde esconderse, un lugar donde poder sobrevivir. Ya tendría tiempo para pensar sobre lo que acababa de hacer si lograba salvarse; toda la vida.

A pesar de no llevar ropa de abrigo, la carrera entre la nieve la mantenía caliente. Corría alejándose del edificio pero sin tener claro dónde dirigirse. Tenía que encontrar un escondite, a ser posible uno en el que estuviese sola. Sin que fuese consciente de ello, su avance se iba tornando cada vez más lento. Se había alejado menos de cien metros de la Estación y ya estaba agotada. Se detuvo para coger aire y descansar. Ahora sí sintió el frío sobre su piel. El telesilla estaba parado, no se escuchaba el sonido característico de las poleas al girar. Si continuaba alejándose moriría congelada, no había lugar donde guarecerse.

Se volvió hacia la Estación y entonces la vio: la niveladora. Allí podría esconderse. Corrió hacia ella. La nieve la cubría casi por completo. Rebuscó con la mano hasta que encontró el tirador. Lo accionó pero la puerta no se abrió; necesitaba la llave, se miró la mano, aún tenía cogido el llavero que había sacado de la oficina, ni siquiera se había dado cuenta que las llaves seguían allí. Buscó notando los dedos cada vez más fríos. Entre el manojo de llaves había dos diferentes, parecidas a las de coche, pertenecían a las dos niveladoras que tenía la Estación

—¡Sí!

Probó la primera, los seguros se alzaron y pudo abrir. Pasó dentro y se hizo un ovillo. La temperatura en el interior era gélida si permanecía ahí acabaría congelada también. Maldijo al bastardo por haberla arrebatado el abrigo. Se acurrucó todo lo que pudo en el asiento y volvió a llorar una vez más tratando de borrar de su mente lo que acababa de hacer.

Nuria. Refugio

La recién llegada se encontraba ahora en estado de shock. Desde que la sentaron en una de las mesas mantenía la mirada perdida y no había vuelto a abrir la boca.

Cuando André le intentó explicar lo ocurrido, la infección, todas las personas contagiadas y su posterior regreso a la vida, la primera reacción de la mujer fue apartarse de él y tratar de salir del comedor. El hecho de que Alizée se interpusiera descaradamente la persuadió de abandonar esa idea. Era incapaz de creer lo que la estaban contando. En un arrebato más de crueldad, Alizée la cogió del brazo y la llevó hasta una de las ventanas; cuando los infectados de fuera se lanzaron poseídos contra los cristales y la mujer observó las terribles heridas que presentaban se tapó los oídos y se alejó de las ventanas. Desde ese momento no había dejado de murmurar lo que parecía una oración.

André y Julián intentaban convencer a Alizée y a Bastian, con la pequeña en brazos, de que debían intentar limpiar el Hotel y socorrer a los posibles supervivientes. La aparición de la mujer y la anterior del otro huésped indicaban, según ellos, que muchos más clientes podrían permanecer a resguardo en sus habitaciones esperando el momento de salir. Pero si no recibían ayuda pronto, la impaciencia y el desasosiego que debían sentir podía impulsarlos a aventurarse fuera y sucumbir al ataque de los zombis que deambulaban por todo el recinto.

En un paso más en su intento de persuadirles apoyaron sus argumentos en el hecho de que cuantas más personas resultasen atacadas más zombis tendrían enfrente.

Varios huéspedes fueron acercándose al grupo y al momento comenzaron a exponer sus opiniones, unos a favor y la mayoría en contra de salir del comedor.

Alizée tiró del brazo de Bastian hasta sacarlo del grupo y alejarse varios pasos de él. Una vez a cubierto de oídos indiscretos y antes de comenzar a hablar le lanzó una mirada inmisericorde a la niña apoyada en el hombro de su compañero. Bastian se agachó y posó a la pequeña en el suelo. Una vez ahí la tomó de los hombros y se dirigió a ella como lo podría haber hecho a cualquiera de los adultos presentes en el salón:

—Necesito que vayas con la chica —acompañó sus palabras con un movimiento de cabeza señalando en la dirección de Gwen. La pequeña accedió con un asentimiento enérgico de cabeza y se encaminó lentamente hasta la posición de la camarera.

Mientras el francés se disponía a escuchar a Alizée observó de reojo como la niña era acompañada por la bella trabajadora del Hotel hasta la cocina donde le decía que le iba a preparar un gran vaso de Cola Cao.

—No es momento para abandonar el comedor —Bastian necesitó usar todo su poder de concentración para prestar atención a Alizée y dejar de observar a la niña con su vaso de leche— solo disponemos de dos armas y muy poca munición. Esta gente quiere que nos juguemos el pellejo por ellos.

—El dinero sigue arriba, en algún momento tendremos que recuperarlo.

—Estoy de acuerdo, pero eso no incluye necesariamente tener que limpiar de muertos el Hotel. Liquidamos a los necesarios, cogemos la pasta y nos largamos.

—¿Largarnos? ¿Largarnos adónde? ¿Adónde quieres ir Alizée? No podemos abandonar este jodido Valle por nuestros medios. Te diré lo que vamos a hacer; planificaremos con los demás la manera de acabar con los zombis del Refugio y luego esperaremos a tener noticias de Didier. Sin él estamos atados de pies y manos, no tenemos nada.

Un ruido lejano interrumpió su conversación.

—Un helicópteroooo.

La pequeña Carla se puso en pie derramando sobre la mesa la mitad del contenido de la taza de leche con Cola Cao y echó a correr hacia las ventanas, al llegar a un par de metros de los cristales paró en seco, acababa de recordar la visión que la esperaba al otro lado. Se giró buscando por el salón hasta que localizó al francés y echó a correr hacia él. Bastian se agachó para recoger en brazos a la niña consciente de la mirada mezcla de odio y desprecio de su compañera.

El ruido del aparato se fue haciendo más patente y los presentes expresaron su alegría con grandes carcajadas, gritos y dando gracias a Dios.

Sin atreverse a apartar las cortinas para poder ver el exterior se fueron agrupando cerca de la ventana situada al lado de la cocina.

—Pero sólo se oye un helicóptero —uno de los jóvenes elevó su voz sobre el resto.

—Seguramente sean varios aparatos acercándose juntos, por eso no los diferenciamos debe haber varios helicópteros a punto de aterrizar —el comentario de Julián levantó murmullos de aprobación— pronto recibiremos ayuda.

Bastian miró a Alizée. Ambos sabían que un helicóptero suena como un helicóptero y varios helicópteros sobrevolando juntos suenan como varios helicópteros. Ahí fuera sólo había un aparato. Eso únicamente podía significar dos cosas, que hubiesen enviado a una avanzadilla para informar de la situación o, lo que era más probable, que quien llegaba no tuviese ni idea de dónde se estaba metiendo. Ninguna de las dos opciones era satisfactoria para ellos.

Los dos se dirigieron hacia una de las ventanas y Alizée apartó de golpe la cortina. La pequeña brincó en brazos del francés para girar la cabeza a su espalda y evitar la visión de las personas infectadas. La acción premeditada de la mujer enfureció a Bastian quien se sorprendió deseando estrangular a su compañera y acarició la cabeza de la cría para intentar tranquilizarla.

El resto también se acercó a las ventanas dispuesto a enfrentarse a la horrible visión de los muertos de fuera y a sus gruñidos pero, para su alivio, descubrieron que éstas aparecían libres de zombis, todos se dirigían hacia el “único” aparato que se disponía a tomar tierra.

—Sólo hay un helicóptero —la voz de Ernest sonó completamente derrotada mientras pegaba la cabeza al cristal intentando observar el cielo en busca de más aparatos.

—¿Qué significa eso? —Preguntó otro.

—Que no están al corriente de la situación aquí y que la tripulación de ese aparato está en peligro —respondió André más para sí que para contestar al que había preguntado.

—Tenemos que salir, avisarles —André se volvió hacia Bastian y Alizée— vosotros sois los únicos que tenéis armas, hay que acabar con los zombis del almacén y poner sobre aviso a la tripulación del helicóptero.

—No creo que sea una buena idea; no sabemos cuántos zombis hay tras la puerta del almacén, lo mismo podría ser uno que cien y en cualquier caso ya es tarde.

Bastian observó en silencio a su compañera. Momentos antes discutían precisamente sobre la necesidad o no de salir a limpiar todo el Hotel y ahora mantenía su posición y se negaba a hacer lo propio con una sola habitación. Realmente no la entendía y cada vez la encontraba más alejada de él, pero lo cierto era que tampoco tenía claro qué posición tomar ante el nuevo giro de los acontecimientos.

Ante el silencio del francés, Julián y André se dirigieron a la puerta del almacén improvisando un plan tan absurdo como inútil mientras caminaban.

Alizée llamó la atención de Bastian. En el exterior, el piloto había saltado del aparato y se alejaba unos pasos a la vez que se colocaba un abrigo. De la boca de los dos salió el mismo nombre:

—¡Didier!

Alizée corrió hacia la puerta del almacén mientras Bastian dejaba en el suelo a la pequeña.

—Ve con… —la niña no esperó a que terminara la frase y ya corría en dirección a Gwen.

Él se encaminó en pos de Alizée.

—¡Bastian! —La pequeña lo llamaba a un par de pasos de Gwen— ¡Ten cuidado! —Se giró y corrió a lanzarse en brazos de la camarera.

El francés se quedó por un momento bloqueado. Una cría le pedía que tuviese cuidado a un mercenario como él; no dejaba de tener su gracia.

En un par de zancadas alcanzó a una impaciente Alizée, ésta ya había apartado al director y al cocinero y empuñaba su pistola. Con una sola mirada estableció el plan de acción con Bastian. Abrió la puerta y el francés pasó al interior del almacén. El primer disparo que realizó alcanzó a un zombi en el centro del gorro de cocina que se mantenía todavía calado en su frente. Acto seguido acabó con otros dos, vestían de modo formal, debían haberse visto sorprendidos cuando se disponían a cenar. En el almacén ya no había más zombis. Bastian abrió con precaución la puerta exterior y Alizée lo adelantó de forma apresurada. Corrió entre la nieve, sintiendo el aire gélido entrar en sus pulmones, hasta la esquina del edificio donde Bastian la detuvo.

Al lado del helicóptero, Didier había descubierto demasiado tarde la naturaleza de los curiosos que se aproximaban al aparato y ya se enfrentaba a ellos a tiros.

Alizée intentó desasirse de los dedos que la sujetaban el brazo como garras.

—¡Suelta! —Su mirada enloquecida delataba sus intenciones.

Ante la inacción de Bastian levantó su pistola y la colocó a un palmo de la cara del francés.

—Ya no podemos hacer nada, está muerto y si intentamos acercarnos nosotros también lo estaremos; es una putada pero sabes que es así. Volvamos dentro, en pocos minutos se les habrá acabado la comida y regresarán a por nosotros —ahora fue Bastian quien intentó herir a su compañera con su comentario y se sorprendió al sentir una extraña satisfacción.

Desde el helicóptero dejó de llegar el sonido de los disparos.

Alizée apartó de un empujón a Bastian y regresó al almacén; antes de entrar se la acercó un zombi enorme renqueando procedente de la parte de atrás del edificio, la mujer esperó a tenerlo más cerca y descargó toda su ira en forma de terrible codazo sobre la cara del individuo. El brutal golpe le partió el maxilar inferior clavándolo en su cerebro y acabando definitivamente con su vida. Bastian saltó sobre el zombi tendido y cerró a su paso la puerta exterior. Alizée ya caminaba hacia el comedor ignorando las preguntas y las explicaciones que le pedían el Director y el cocinero.

Bastian se acercó hasta una de las ventanas, ahora descubiertas y dirigió su mirada hacia el helicóptero. Los zombis ya comenzaban a regresar. Didier aparecería en cualquier momento. Ese negro cabrón nunca había sido santo de su devoción. Sus métodos, aunque eficaces, siempre eran tan brutales como innecesarios. Una sonrisa burlona asomó a sus labios. Puede que, al fin y al cabo, Dios pusiese a cada uno en su lugar. Él no era creyente, nunca lo había sido, ni de niño, pero ahora…Regresó al almacén para ayudar al Director y al cocinero a sacar a los zombis muertos fuera.

@@@

Alain había aprovechado el tumulto provocado por la llegada del helicóptero para poner en práctica el plan que venía madurando. La distracción que suponía la aparición del aparato era justo lo que necesitaba. Corrió hasta la entrada principal y, después de inspirar profundamente varias veces, abrió. El ambiente frío del exterior inundó todo su cuerpo. Lo imprevisto de la situación le había impedido subir a su habitación y equiparse mejor. Vestía el hábito de la Orden y no era suficiente para mitigar el frío, pero el momento era ahora, puede que no se le presentase otra oportunidad. Tras comprobar que ninguna de esas cosas anduviese cerca se subió la capucha y cerró a su paso.

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Gwen jugaba con la niña para tratar de distraerla. Escondía un papelito arrugado en una de sus manos a su espalda y luego se las mostraba cerradas para que adivinase en que mano estaba. Como abultaba más la mano en la que lo escondía, la pequeña siempre acertaba profiriendo grandes carcajadas. Su risa resultaba balsámica para Gwen.

Se encontraban sentadas frente a una de las ventanas, la más cercana a la entrada principal del Hotel. Debería haber vuelto a colocar las cortinas en su sitio, pero la luz y la estampa de la nieve cayendo fuera le proporcionaba un halo de esperanza. Sabía que los zombis regresarían tan pronto como hubiesen acabado con la tripulación del helicóptero así que permanecía atenta para tapar de nuevo las ventanas. Con el fin de evitar que la niña pudiese tener que volver a someterse a esa horrible visión la mantenía de espaldas a la cristalera.

Mientras la pequeña celebraba un nuevo acierto Gwen vio de reojo movimiento en el exterior. Ya estaban ahí. Le dijo con cariño a la cría que permaneciese sentada sin mirar hacia fuera y se acercó a la ventana.

Uno de esos seres se aproximaba a la entrada del Hotel. Intentó abrir y tras no conseguirlo comenzó a golpear con los puños las puertas. Gwen no había visto a ninguna de las personas de fuera comportarse así, era algo nuevo. Vestía hábito y llevaba enfundada la capucha; debía venir del Santuario. Eso quería decir que allí también campaban los zombis a sus anchas. Sintió lástima por ellos, sólo conocía al Abad, pero uno siempre tiene la impresión de que los religiosos hacen el bien y si alguien debe estar libre de tragedias son ellos. Pensó en llamar a alguien para que también lo viera cuando el hombre se giró hacia ella. La había descubierto a través de los cristales. Corrió y golpeó la ventana gritando:

—¡Abre! No estoy infectado ¡ABRE!

Gwen se asustó. El zombi hablaba ¿Qué había dicho? Que no estaba infectado.

—¡Abre! Abre la puerta del Hotel o reventaré estos cristales.

Ahora sí que había entendido lo que ese hombre gritaba, el monje había acompañado su amenaza de un rápido movimiento con el que se retiró la capucha. Sus ojos le causaron más temor que los de los zombis. Destilaban un odio y una maldad sin límites.

Como ella no reaccionaba se volvió y levantó una maceta sobre su cabeza amenazando con estamparla contra la ventana. Si hacía eso, todos los zombis tendrían vía libre, estarían perdidos, sería el fin. Tenía que avisar a alguien. Curiosamente la persona a quien llamó no fue André, ni Julián, ni siquiera Ernest, el primero en quien pensó fue Bastian. La pequeña confiaba plenamente en él y los niños tienen un sentido especial para esas cosas.

—¡Bastian! —Gritó— ¡Corre, ven!

Ni siquiera miró hacia donde estaba el francés, sabía que vendría enseguida. Se acercó al cristal y le habló al monje:

—No se puede abrir la puerta, hay zombis en la Recepción del Hotel, no podemos salir de aquí. No arroje eso, por favor, si la ventana se rompe los zombis entrarán.

Bastian llegó corriendo a su lado. Desde allí fue testigo de la misma expresión que había visto ella. Al momento su instinto le indicó que ese hombre no era de fiar. No por el hecho de ser cura o lo que fuese, no era eso, a él no le incomodaban los curas, es más, cuando necesitaba desconectar mentalmente, se acercaba a la Catedral de Berna y permanecía allí hasta que su espíritu se calmaba. No rezaba, no hablaba con nadie, simplemente se quedaba sentado en uno de los bancos del fondo, siempre el mismo, respirando el olor característico de la iglesia, hasta que se encontraba listo para volver a su vida.

De los ojos del monje se desprendía un odio y una decisión inquebrantable, si no le abrían lanzaría la maceta contra el cristal. Bastian desenfundó su arma y apuntó a la frente del fraile. En la mirada del hombre adivinó la decisión de cumplir su amenaza, del mismo modo que supo que él también había comprendido que no dudaría en disparar.

Ya estaba harto, puede que fuese hora de terminar por fin con esa situación. Curiosamente, el único asomo de duda lo motivó la pequeña. Sentiría separarse de ella, sentiría su muerte y cómo se iba a producir.

—¡Por allí! Venga por la entrada de la cocina, dese prisa, los zombis ya vuelven.

La llamada del Director tuvo un efecto inmediato; el monje arrojó la maceta a un lado y corrió en la dirección que André le había indicado. Bastian enfundó de nuevo la pistola y le indicó a Gwen que permaneciese con la pequeña. Ese tipo no le había gustado, no confiaba en él y fuese zombi o no iba a terminar en la calle. Tampoco le había hecho especialmente feliz que los amenazase poniéndolos en peligro, sobre todo a la niña.

Alain corría hacia su interlocutor sin perder de vista a la turba de zombis que ya lo habían elegido como siguiente tentempié.

En el almacén, una vez asegurada la puerta, los presentes, André, Julián, Ernest y en especial Bastian, observaron la expresión de terror y de vulnerabilidad que mostraba ahora el rostro del monje, no quedaba ni un ápice de la mueca que le había dedicado un momento antes a Gwen. Tan solo él parecía haberse dado cuenta de su verdadera naturaleza. Cuando se disponía a echarlo fuera sin más explicaciones ocurrió algo que lo dejó completamente descolocado.

—Padre venga conmigo, le traeré un vaso de agua para que se tranquilice, acompáñeme.

Esas palabras habían salido de la boca de Alizée, la que no soportaba las sotanas y pensaba que todos los que las vestían no eran más que pederastas y sodomitas, estaba acompañando amablemente del brazo a una mesa al recién llegado. El brillo en sus ojos y el casi imperceptible gesto le advirtieron de que no se interpusiera. Ella controlaba ahora la situación. Sin duda conocía a ese hombre, pero ¿De qué?

Al otro lado del salón, Gwen, abrazada aún a la pequeña Carla, se preguntó qué clase de subordinación a su compañera había obligado a Bastian a desistir de sus evidentes intenciones con sólo un gesto de ella.

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Nacho también había oído el helicóptero y las expresiones de júbilo de las personas que se ocultaban en el comedor. Las mismas personas que no le habían querido abrir. O puede que no le hubiesen oído. Debía intentar ponerse en contacto con ellas pero la puerta de salida al exterior estaba tapiada. No podría apartar todas las cosas amontonadas antes de que alguno de esos seres lo alcanzase. Lo mismo ocurría con la puerta de entrada al comedor y con la puerta principal del Hotel. Su única opción era la puerta lateral del salón, pero si antes no le habían querido abrir ¿Por qué iban a querer hacerlo ahora?

Pensó en su abuelo, en la mirada de sus ojos momentos antes de que esas personas se lanzasen sobre él, seguía grabada en su retina. Comenzó a llorar quedamente, se sintió la persona más infeliz del planeta, ni siquiera podía dar rienda suelta a su llanto por temor a ser oído.

En el exterior comenzaron a escucharse unos ruidos sordos y secos, como petardos. Tenían que ser disparos. En el helicóptero debían venir policías y soldados. Estarían enfrentándose con los zombis esos.

Guardó su teléfono móvil con los auriculares en un bolsillo; no quería perderlos. Seguía siendo la única forma que se le ocurría de ponerse en contacto con sus padres. Se incorporó y tras inspirar profundamente varias veces y volver a meterse el crucifijo en la boca abrió lentamente la puerta del baño. Enseguida vio la pila de muertos frente a los lavabos. Era raro que no oliesen mal, o puede que su olfato se hubiera acostumbrado al olor.

En los aseos no había nadie. Oyó carreras y gritos en el comedor. Le pareció que alguien gritaba un nombre que no pudo identificar. Se volvió y fijo su atención en la ventana que daba al exterior. Él iba perfectamente preparado para el frío gracias a la insistencia de su abuelo. El recuerdo del anciano bajo las fauces de los zombis hizo que el corazón se le acelerase aún más y que los ojos se le humedecieran de nuevo.

Abrió la ventana y tras armarse de valor, asomó la cabeza. La cortina de nieve que continuaba cayendo no dejaba ver a demasiada distancia pero no identificó ninguna forma humana cerca. Saltó fuera y ajustó como pudo la ventana. No había quedado cerrada, pero así, si tenía problemas siempre podría volver a su escondite. Cogió todo el aire que le permitieron sus pulmones y se encaminó a paso rápido hacia la esquina.

Hacía rato que ya no se oían disparos, tal vez ya estuviesen todos los zombis muertos y el Valle lleno de policías. El pensamiento positivo le impulsó a correr con más brío. Nada más girar se encontró con uno de los zombis tendido en el suelo, sobre la nieve. No se movía pero aún así Nacho se detuvo. Levantó la vista y, a través del velo nevado descubrió un montón de zombis dirigiéndose hacia él ¿Dónde estaba la policía? Tampoco veía soldados. Se salió de la acera y se adentró en la nieve alejándose de la pared para tratar de ver algo más. Divisó a lo lejos el helicóptero, había uno sólo y estaba rodeado de zombis. Su corazón se aceleró y su cerebro se bloqueó. Nadie había venido a ayudarles. Su mente traducía las señales que recibía de sus sentidos a cámara lenta. El movimiento de los zombis lo percibía de fotograma en fotograma con el sonido de los gruñidos de fondo como un rumor pegajoso, del mismo modo que un disco que no gira a la velocidad correcta.

El sabor metálico del crucifijo dentro de su boca se hizo más presente y sirvió para desbloquear su cerebro. Tenía que largarse, volver a su escondite.

Echó a correr sobre sus pasos pero al girar, fue consciente de que eso ya no iba a ser posible. Zombis provenientes de la Estación de esquí iban en su dirección. Sólo podía escapar hacia arriba, hacia las pistas. Corrió agachado entre la nieve rezando para que esos seres no lo hubiesen visto. Cada vez se encontraba más cansado. Sabía que el Restaurante donde se encontraban sus padres estaba al final de la línea del telesilla. Si era preciso iría hasta allí caminando.

Continuó avanzando hasta que tropezó con algo. El golpe hizo que parte de la nieve acumulada en la niveladora cayese al suelo. Nacho se preguntó qué era ese vehículo con esa forma extraña. Si estaba abierto podría descansar y seguir después. Se acercó a la puerta. Dio un leve golpe para que la nieve cayese y poder ver el tirador. El cristal apareció a sus ojos y en el interior del vehículo descubrió un bulto que se movía. No pudo evitar soltar un grito. El crucifijo se le salió de la boca.

Dentro, Vera estaba al borde de un ataque de nervios. El primer golpe que sintió llevó sus pulsaciones al infinito. La habían descubierto, alguna de esas cosas la había visto entrar y ya estaban allí. Cuando escuchó el segundo golpe sobre la puerta se terminó de convencer. Tenía que escapar de allí antes de que esas cosas la atraparan. Se esforzaba en moverse sin tener que soportar la horrible visión de esos seres, pero no pudo dejar de observar al escuchar un grito. No era como los gruñidos que había oído, parecía más bien una expresión de sobresalto. Se fijó bien en el exterior. Sólo había una persona. Parecía un chico y no se le veían manchas de sangre.

—¡Abre! ¿Estás viva? ¡Abre, rápido!

El chico la llamaba, quería que abriese. No estaba preparada para permanecer en un sitio tan reducido junto a un hombre, aunque fuese un chico. Aún tenía muy frescos en su mente los últimos acontecimientos. Alargó la mano hacia el tirador interior pero no llegó a abrir la puerta.

—¡Abre, por favor! ¿No me entiendes? Ya vienen.

Vera tiró de la palanquita y el pestillo subió. Al instante Nacho se coló en el interior y cerró la puerta de la niveladora. Se asomó a la ventana, algunos zombis se dirigían hacia ellos. Tenían que ocultarse. Se dio la vuelta y trató de buscar dónde hacerlo. Los movimientos hicieron que la nieve que cubría el parabrisas de la cabina cayese, dejándoles a los dos completamente visibles.

Vera no era capaz de reaccionar, en cambio Nacho se fijó en la puerta que había aparecido a sus espaldas, tras un nuevo golpe pudo ver que la niveladora tenía una segunda cabina detrás para trasladar mercancías o pasajeros llegado el caso. Probó el pestillo y éste se abrió, tanteó con la puerta de la cabina trasera y también se abrió. De un ágil salto se coló detrás.

—¡Ven aquí, rápido!

Vera seguía incapaz de moverse. El joven metió medio cuerpo y la cogió de un brazo tirando de ella. Por fin reaccionó dejándose llevar y Nacho pudo cerrar las dos puertas. Con unas mantas depositadas en el suelo se apresuró a taparse junto a la chica quedando ocultos a los ojos de los zombis.

Ninguno de los dos tenía idea del tiempo que había transcurrido desde que se metieron bajo las mantas. Habían podido escuchar el crujir de la nieve al resultar pisada. Sin duda los zombis habían estado junto al vehículo pero ahora tan solo escuchaban su respiración ya más relajada, por desgracia el terror acumulado por los dos hasta ese momento les indujo a mantenerse inmóviles a cubierto bajo las mantas.

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En la habitación de la familia Gardó se hallaban ya todos despiertos. El padre continuaba sentado frente a la puerta, no había vuelto a pronunciar ni una sola palabra a pesar de los cariñosos esfuerzos de su esposa por lograr que reaccionara. Los pequeños se habían comido todos los frutos secos de la neverita y los tres botes de zumo de naranja y no paraban de quejarse del hambre que tenían. Ninguno comprendía por qué no podían salir de la habitación ni tampoco por qué su padre se comportaba de esa forma.

Mario, el mayor, corrió hasta la ventana y pegó la nariz al cristal.

—¿Lo oís?

Los pequeños se subieron los dos a una silla para poder ver el exterior. Su madre se acercó para sujetarlos y evitar que se cayesen.

Desde su privilegiada posición fueron testigos de la llegada y aterrizaje del helicóptero. Su alegría inicial se tornó en horror al presenciar el terrible final del piloto. La madre sólo reaccionó al oír el llanto de sus hijos. Los apartó de la ventana y los llevó hasta la cama donde intentó consolarlos. Tan solo Mario continuó tras el cristal contemplando la explanada. Vio como multitud de zombis atacaban al sorprendido hombre que descendió del aparato. Vio como a pesar de ir armado no tuvo ninguna oportunidad y vio, por fin, como a los pocos segundos ese mismo hombre destrozado por las heridas que le acababan de infligir, se levantaba y caminaba junto al resto para continuar con su macabro cerco al Hotel. Cuando el último zombi desapareció de su vista se acercó hasta su padre y le besó en la mejilla. Sintió como la mano de su progenitor acariciaba levemente su cabeza para, al instante, regresar a la posición distante que venía manteniendo.

 PERSONAJES DE ESTE CAPÍTULO

Gwen

Bastian

Alizée

Carla

André Montanier

Ernest

Hermano Pere

Hermano Arnau

Leo

Hermano Dominique

Hermano Alain

Vera

Nacho

Familia Gardó: Enrique, Sofía, Mario, Diego, Marta

Capítulo XII

Viernes 28 de diciembre de 2012. Entre las 06:00 y las 09:00 horas

Nuria. Restaurante la Cabaña de los Pastores

Sergio se despertó aterido. El fuego se había apagado. Todos seguían durmiendo, encogidos pero durmiendo. Se levantó cuidando de hacer el menor ruido posible. No quedaba más leña. Fuera estaba aún completamente oscuro y en el interior del local sólo funcionaba una de las luces de emergencia, el resto habían agotado las baterías que las alimentaban.

Se acercó a una de las ventanas y trató de ver algo del exterior. Esperaba que alguno de los seres infectados de fuera apareciese de pronto, pero no vio ninguno. Pasó a la segunda ventana y repitió la operación, nada. En la tercera tampoco vio a nadie.

¿Sería posible que se hubiesen ido?

Se dirigió con paso acelerado hasta la puerta de entrada al Restaurante. El suelo de madera crujió levemente a su paso.

Aproximó la mano al mantel que cubría el cristal, pero retiró la mano antes de apartarlo. Su corazón iba a mil por hora. Por fin corrió el mantel. Primero una esquina y luego, cuando no vio a nadie, lo arrancó de su sitio. ¡Nadie, no había nadie!.

—¡Sí! —No pudo reprimir un grito de júbilo. Luís y Alberto se despertaron, también Aroa.

Los tres se giraron hacia él.

—No están, se han ido, SE HAN IDO —gritó.

Aroa y el chico corrieron hacia la puerta. Cuando llegaron una mano ensangrentada golpeó el cristal, a continuación el padre de Alberto lanzó un cabezazo contra la puerta intentando morder. Un diente saltó en pedazos y un coágulo de sangre quedó pegado al cristal.

El grito del pequeño Luís despertó al resto de críos. Aroa se apresuró a colocar de nuevo el mantel sobre la puerta. Al otro lado ya se habían congregado el resto de infectados y aporreaban los cristales con más fuerza que nunca.

El jaleo producido despertó de su letargo al padre de Maite también y desde la cocina comenzaron a escucharse nuevos puñetazos y gruñidos.

Aroa corrió junto a los niños. Todos lloraban y chillaban asustados. Cuanto más elevaban su llanto más enfurecidos parecían los infectados de fuera. La puerta de la cocina temblaba con cada golpe.

—Hazlos callar. Qué se callen Aroa, en serio —Sergio no sabía si proteger la entrada o defender la puerta de la cocina.

Aroa y Alberto fueron logrando que los pequeños se calmasen. A medida que los llantos cesaban, los golpes y protestas en el exterior disminuían.

Después de que todo gruñido terminara, los ánimos de los pequeños, y también de los mayores, aún tardaron varios minutos en serenarse.

—Tengo frío —Luís, al que Aroa había quitado la ropa mojada para que se le secara temblaba.

La joven lo vistió y estuvo frotando sus manos contra su cuerpo hasta que entró un poco en calor.

Sergio intentó partir una silla de madera. La levantó y la estrelló contra el suelo. La silla rebotó con un considerable estruendo pero ni una de sus partes se quebró. El joven volvió a coger la silla por el respaldo y la lanzó de nuevo contra el suelo con más fuerza todavía. El asiento se deformó pero la silla no llegó a partirse. Sergio estaba fuera de sí. Volvió a sujetar la silla, esta vez por las patas de delante y la estampó contra una de las paredes. La silla rebotó y fue a caer sobre una de las mesas. Esta vez una de las patas sí salió despedida, tan sólo eso.

El estrépito formado por los continuos golpes hizo que los infectados volviesen a excitarse y reemprendieran de nuevo el rosario de golpes, gritos y gruñidos. Los niños volvían a llorar, aunque su pequeño instinto les inducía a hacerlo suavemente, sin atreverse a expresar todo su temor.

Aroa se acercó a Sergio y le arrebató la silla que ya se disponía a estrellar de nuevo.

—Vale ya Sergio. Deja de hacer ruido. Estás asustando a los críos y los zombis se están enfureciendo, acabarán por romper los cristales —la chica se había expresado entre dientes, al oído del joven, pero sin levantar la voz.

—Es que no se rompe, la maldita silla no se rompe y aquí dentro hace frío y se ha acabado la leña y los monstruos de fuera no se mueren ¿Te lo puedes creer? Fuera están a bajo cero y no se mueren —Sergio contestaba con la voz enronquecida por la emoción y la rabia contenida.

Aroa dejó en el suelo la silla rota y lo abrazó tratando de calmarlo. En el exterior los zombis volvían a tranquilizarse.

—Sólo tenemos que resistir un poco más, mientras permanezcamos dentro estaremos seguros. Pronto vendrá alguien a ayudarnos. Pronto…

—¡NO! No Aroa, nadie va a venir, estamos solos en esto. Nadie va a venir a ayudarnos, ya lo habrían hecho. Tenemos que hacer algo.

El argentino se separó de la chica y se dirigió a la cocina. Se plantó delante de la puerta y cogió aire.

—¿Qué vas a hacer? —Aroa sujetó a Sergio de los brazos— no puedes entrar ahí, si esa cosa consigue pasar aquí acabará con los niños y no podremos hacer nada. Sergio, no.

—Escucha Aroa, no tenemos leña, hay niños pequeños, si no nos calentamos moriremos. En la cocina hay un hacha pequeña. La usamos para partir los costillares. Aquí no está permitida la tala, la leña se trae cortada de la Estación, pero con ella podremos partir las sillas. Además, en la cocina disponemos de comida y… y está, está el walkie, tenemos que recuperarlo y tratar de enlazar con alguien antes de que se le agote la batería.

—Tú sólo quieres recuperar el walkie. Es una locura, no…

—Yo te ayudaré —interrumpió Alberto.

—Tú no vas a ayudar a nadie. Vuelve con los pequeños.

—No soy un crío Aroa y creo que Sergio tiene razón. Está amaneciendo y no aparece nadie para rescatarnos. Yo te ayudaré —insistió tozudo.

Al ver la decisión en los ojos de los dos, Aroa terminó por claudicar.

—Vale, vosotros ganáis, pero pensaremos muy bien como lo vamos a hacer.

Después de veinte tensos minutos en los que perfilaron su plan de actuación, los tres estaban preparados para intentarlo.

A una seña de Sergio, Alberto comenzó a dar golpes desde el aseo a la pared que lindaba con la cocina. En pocos segundos pudieron escuchar los golpes y gruñidos del zombi al otro lado. Los golpes de las botas de esquí contra todo lo que se encontraban les indicaron que su plan se ejecutaba como lo habían pensado.

Sergio abrió con rapidez y se coló dentro de la cocina. El walkie estaba al fondo, al lado de la puerta de salida al exterior; el hacha estaba colgada en un panel metálico también en esa pared. Sólo tenía que ir hasta allí, recoger las dos cosas y esquivar al zombi rodeando la mesa como había hecho la última vez.

Ya tenía el walkie, se lo enganchó del cinturón y descolgó el hacha, entonces oyó los gritos de Aroa y Alberto, algo iba mal.

La idea era que él pasase y ellos cerrasen de inmediato la puerta, luego, una vez rodeada la mesa, él volvería a abrir dejando encerrado al zombi en la cocina, pero algo falló. De la puerta, por dentro, colgaba un delantal, cuando Aroa tiró de ella para cerrarla el delantal quedó pillado y no le permitió cerrar. La chica volvió a empujar la puerta intentando al mismo tiempo apartarlo, pero el hueco que dejó fue suficiente para que el zombi metiese la bota impidiéndola cerrar. Dio un fuerte tirón y abrió del todo.

—¡SERGIO! —el grito salió al unísono de las gargantas de los dos. Los pequeños también comenzaron a gritar y los zombis de fuera golpearon de nuevo las ventanas.

El argentino corrió al salón y descargó el hacha con todas sus fuerzas sobre la espalda del zombi, el golpe impactó al lado del cuchillo que continuaba clavado en su espalda. Del impulso se precipitó sobre él y ambos cayeron al suelo de madera. El infectado movía brazos y piernas intentando darse la vuelta para poder agarrar a Sergio. En el interior del comedor se había hecho un extraño silencio sólo roto por los gruñidos del padre de Maite y la agitada respiración del argentino. Hasta los zombis de fuera parecían estar ahora a la expectativa.

Sergio extrajo el hacha y la descargó de nuevo, esta vez sobre la cabeza del hombre. La hoja dividió la cabeza violentamente en dos, dejando a la vista la masa encefálica. Restos de sangre y cerebro se esparcieron por el entarimado pero el hombre quedó inmóvil por fin, sus brazos y piernas descansaron laxos para siempre. Y Sergio se apartó del cadáver como si quemase.

Aroa le indicó a Alberto que fuera con los niños para evitar que continuasen observando la horrible escena. Los pequeños estaban tan impresionados que ni siquiera eran capaces de llorar.

Iglú. A cinco kilómetros del Restaurante Cabaña de los Pastores

Klaus abrió los ojos y se ayudó de las manos para sacar la cabeza del saco. Al instante sintió la gélida atmósfera del interior del iglú. Aún así era agradable. Sonrió. Tenía motivos para estar contento. Lara y el chico continuaban durmiendo. Buscó su móvil por el interior del saco. Apenas le quedaba batería. Llevaba el cargador en la mochila pero como no se lo enchufara por el culo al cerebrito. Volvió a sonreír con su ocurrencia. Seguía igual que ayer, sin señal. Aunque sabía lo que se iba a encontrar encendió también el GPS. No era capaz de encontrar ningún satélite.

Salió del saco y se deslizó fuera del iglú. Orinó en la misma entrada mientras intentaba buscar algún punto para orientarse. Luego subiría a la cota de al lado a ver si era capaz de ver algo.

Continuaba nevando aunque la temperatura no era tan fría como la noche anterior. Con ese temporal no se podría volar. Empezó a torcérsele el gesto. Tenían que salir pronto de allí; cuanto más tiempo pasaba más peligro corrían. La parte buena era que la tormenta afectaría del mismo modo a la policía.

Cogió un puñado de nieve y regresó al interior del iglú. Abrió el saco del cerebrito y se lo dejó caer por la cara. Los gritos e improperios se pudieron oír en todo el valle.

—Cabrón de mierda.

—Arriba marmotas, tenemos que seguir.

Lara sacó el teléfono de la mochila.

—Sigue sin haber línea. Vamos, comemos algo y seguimos camino, moved el culo.

Klaus preparó café caliente y tras dar cuenta de él y de un frugal desayuno los dejó maldiciendo por tener que destruir el iglú y subió a la cota. Desde arriba los observó pisotear los ladrillos de hielo que les sirvieron de cobijo. No quería dejar pistas demasiado evidentes.

Se colocó los prismáticos y fue oteando el horizonte en la dirección que pensaba que tenían que ir. No encontró nada. Trazó entonces sectores de, aproximadamente cuarenta y cinco grados y fue barriendo hasta que le pareció encontrar algo. Tenía que ser eso, pero si era así, estaba más desorientado de lo que pensaba.

—Lara —gritó— deja que termine cerebrito y sube aquí.

—Tengo nombre, ¿Por qué el troglodita no lo usa?

—No te enfades, sigue con esto, voy arriba.

Lara estuvo de acuerdo en que lo que tenían delante debía de ser la Estación de esquí de Nuria.

—Estamos cerca ¿No?

—La nieve y la poca visibilidad engañan, aún nos queda un paseo.

Nuria. Estación de Esquí

En la oficina de la Estación de esquí todos estaban despiertos. El salvaje ese la había emprendido a patadas con los taburetes después de golpear la puerta y verificar que al otro lado seguían esos seres infernales. El estrépito enfurecía más a los “zombis” de fuera, pero ninguno de los tres hombres se atrevió a decirle que parase. Cuando se detuvo sudaba y babeaba como un cerdo.

Vera se encogió dentro de su abrigo y fijó la vista en las llaves que colgaban de la cerradura. El macarra adivinó su pensamiento.

—Será mejor que yo guarde esto —extrajo el llavero y lo introdujo en uno de los bolsillos de su pantalón.

Dio una vuelta, arrastrando los pies, por toda la oficina y terminó plantándose frente a Vera.

—Tengo frío, y tengo hambre.

Alargó el brazo y cogió el bolso de la chica. Lo abrió y le dio la vuelta volcando todo el contenido sobre la mesa. Rebuscó entre los objetos, tirando parte al suelo, y encontró dos caramelos y un chicle.

—¿Sólo dos caramelos y un puto chicle? Qué mierda es esta —Vera no se atrevió a replicar.

Peló los dos caramelos y se los metió juntos a la boca. Luego se encaró con los tres hombres.

—Y vosotros ¿Qué tenéis de comer vosotros?

Los tres se miraron entre sí y negaron con la cabeza. Vera pensó que le tenían aún más miedo que ella.

El cerdo se sentó en la silla y colocó ruidosamente los pies sobre la mesa.

La chica miró a la única ventana existente en la oficina, era muy pequeña, alargada, de unos diez centímetros de ancho. Por allí no cabía una persona. Aunque la nieve la cubría por completo dejaba entrever la pobre luz del nuevo día. Lamentó una vez más no haberse ido con el resto de sus compañeros. Ellos debían estar a salvo en el Hotel. Aunque era lo único que la apetecía no se atrevió a llorar por temor a enfurecer al energúmeno ese que ahora parecía distraído y ausente.

Nuria. Albergue

El reparto de los productos de las máquinas había concluido no sin más de un conflicto. Pau, Marga y Luna habían unido sus provisiones. Las metieron en un par de cajones de una de las mesitas de sus habitaciones. Los colocaron sobre la cama de arriba de la litera. Pasaban ahí todo el tiempo y así evitaban posibles problemas.

Ya había amanecido. Se asomaron a una de las ventanas que daba a la entrada principal, donde se desató la locura la otra noche. El manto blanco de la nieve había cubierto cualquier huella de lucha que pudiese advertir de la matanza llevada a cabo por esos seres. Tan solo la aislada aparición de alguno de los zombis rompía esa estampa de paz.

En el Albergue se habían constituido tres grupos; por un lado ellos tres, por otro los chicos y por último las chicas. Nines era la única que permanecía aislada, parecía darle todo igual. Marga y Luna intentaron sacarla de la habitación y llevarla con ellas pero se negó sin ningún entusiasmo.

En general, en el ambiente reinaba un moderado optimismo. Los zombis no intentaban entrar, y todos pensaban que la ayuda no tardaría mucho en llegar. Los familiares de las personas atacadas, además de los suyos ya debían haber dado la voz de alarma. Las autoridades pronto vendrían a interesarse por la situación de las personas aisladas por el temporal. Era cuestión de tiempo que los rescatasen.

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En la nevera, Maica estaba agotada. Tenía sed, hambre y frío, y además se encontraba helada. Para evitar el claustrofóbico encierro y elevar la temperatura de la cámara había dejado la puerta entreabierta, pero ante el temor de que alguno de esos seres la sorprendiese, no quitaba ojo de la abertura. Desde allí controlaba las puertas de vaivén. Seguramente la temperatura en el interior de la cámara ya estaba muy igualada a la de la cocina pero aún así se encontraba helada.

Ninguno de esos seres había vuelto a entrar en la cocina así que se armó de valor y se aventuró entre los fogones. En uno de los bancos junto a un mueblecito para los tarros de especias descansaba un jamón a medio consumir sobre un jamonero de acero. Alargó el brazo y sacó un cuchillo del soporte. Cortó una larga tira y se la llevó a la boca. Mientras masticaba y saboreaba la loncha se fijó en el reguero de manchas que iba desde el banco a la pared.

¡Era sangre!

Escupió tratando de hacer el menor ruido posible y se metió los dedos para extraer el jamón de su boca. No parecía que la sangre lo hubiese tocado, pero de todas formas decidió no comerlo.

En el suelo, bajo la mesa central había una caja con manzanas Golden de aspecto apetitoso. Cogió el cuchillo con el que había cortado el jamón y un par de manzanas y se dirigió de vuelta a la cámara. Al pasar delante de los fuegos de la cocina se le ocurrió algo. Buscó un encendedor y activó uno de los hornillos. Colocó las manos sobre las llamas levemente azuladas y al momento sintió el agradable calor sobre ellas. Giraba una y otra vez sus manos sobre el fuego lo mismo que si estuviese asando un pollo. Sin perder de vista la entrada, permaneció calentándose hasta que se encontró más reconfortada.

Estaba amaneciendo, la luz comenzaba a entrar fugazmente. Antes de regresar a su encierro decidió encender todos los hornillos, así el interior de la cocina elevaría su temperatura y la cámara iría calentándose también. Su grado de optimismo había aumentado varios puntos con respecto a tan solo un rato antes.

Ribes. Comisaría

Ramón ya estaba de regreso junto a Ramos y Piqué. El trayecto de Queralbs a la Comisaría había resultado una epopeya. Las referencias de la carretera habían desaparecido, ni siquiera ellos, que se conocían el camino de memoria, se habían librado de salirse en varias ocasiones. La prueba fehaciente era el trozo de faro que se habían dejado en uno de los quitamiedos. Sentados en torno a la mesa y sin un café caliente que poderse tomar analizaban la situación.

Las comunicaciones continuaban interrumpidas, lo mismo que el Cremallera. Por carretera era prácticamente imposible transitar. La energía no se había restablecido, y mientras no cesara el temporal, las empresas de electricidad no pondrían en riesgo a sus operarios y lo cierto era que en esas condiciones difícilmente hubiesen podido realizar su trabajo. Desde que se interrumpiera la electricidad no habían podido ponerse en contacto con la Delegación, ni con ellos ni con nadie.

La comunicación con el Ayuntamiento sólo era posible con los walkie. La alcaldesa le había confirmado que aún no tenía noticias de los dos funcionarios que había enviado a Barcelona.

Con respecto a sus hombres, Juliana era el único que no se había incorporado. Probablemente se hubiera quedado dormido. Sin electricidad no había despertador. Si no se presentaba pronto, tendría que mandar a alguien a levantarlo.

Ramos apareció en la puerta acompañado del propietario del Hotel de Queralbs y otros dos vecinos del pueblo.

—Jefe; tiene que oír esto.

El propietario del Hotel entró en la sala de reuniones blanco como la propia nieve. El aspecto de los otros dos era similar. Parecían desencajados. Los conocía de toda la vida y ellos lo conocían a él desde que era un niño. Eran gente trabajadora, honrada y sobre todo seria. Hombres hechos y derechos a los que ahora se les veía completamente afectados. Ramón les indicó que se sentasen con un ademán.

—Está muerto Ramón, está muerto. Pascual lo encontró esta mañana. Un niño Ramón, un bebé —la comisura de los labios le temblaba ostensiblemente y sus ojos amenazaban con romper a llorar.

Ramón lo obligó a sentarse. El dueño del Hotel se derrumbó al fin y dio rienda suelta a sus emociones. El Jefe se dirigió a otro de los vecinos que habían venido.

—¿Qué ha ocurrido Joan? ¿Quién está muerto? ¿Qué bebé?

—Pascual encontró el cuerpo muerto de un bebé en una de las habitaciones. No creo que tenga un año. Tenía el cuello roto.

Joan fue amigo de su padre hasta el día en que murió. Sentía un aprecio especial por él, por Julián, incluso por Eduardo.

Ramón lo observó detenidamente. Parecía realmente afectado. De los tres, él era el menos dado a sentimentalismos.

—Joan —Ramón dirigió la mirada a la hoja del calendario colgado en la pared— una denuncia por asesinato es un tema muy serio, no voy a…

—Sé el día que es hoy. Y tú sabes que yo no soy dado a bromas de ningún tipo.

—Cuéntame que ha ocurrido.

—Te puedo contar lo que nos ha dicho el señor Antonio de camino hacia aquí. Pascual estaba en su habitación, a eso de las seis de la mañana lo despertó el silbido del aire. La ventana del corredor de su habitación se había abierto, el viento, fue de una carrera y la cerró. Al regresar a su cuarto observó que la puerta de una de las habitaciones estaba mal cerrada. Era la que le había dado al último huésped que entró, un matrimonio con un bebé. Al entrar se encontró al niño muerto en la cama —Joan no acostumbraba a dar rodeos al relatar algo, procuraba terminar lo antes posible, no era hombre de muchas palabras— el señor Antonio nos fue a buscar para que lo acompañásemos y aquí estamos.

Ramón observó a Ramos y a Piqué, el semblante de ambos era grave. Los dos conocían a Joan hacía tiempo.

—¿Y los padres del bebé?

—En la habitación no había nadie más, Pascual sólo vio al padre, la madre no apareció en ningún momento —el señor Antonio parecía ya más repuesto— Ramón, los buscamos por todo el Hotel pero no aparecieron. En la habitación tampoco había rastro de equipaje, sólo la chaquetita del crío tirada en el suelo. Es horrible, ¿Quién puede hacer algo así?

—¿Has traído la ficha con la documentación del padre?

Antonio negó con la cabeza.

—Ya sé que es obligatorio, lo sé, pero el hombre negro entró con el niño en brazos y Pascual le dio la llave a falta que luego rellenara el registro y bajase su carnet.

—Un momento, ¿Has dicho que era un hombre de color?

—Sí, negro, sí, con acento francés y unas trenzas raras en la cabeza.

—Ramos, despierta a Puyol y a Alba, que vengan aquí.

Los dos llegaron adormilados y el Jefe los puso al corriente con pocas palabras.

—Ya te dije que ese hombre tenía algo raro —Alba se dirigió a Puyol, pero en realidad el reproche implícito era para el Jefe.

Ramón y Piqué partieron hacia Queralbs en compañía del propietario del Hotel.

Mientras conducía, el Jefe intentaba encontrar una explicación para todo lo que estaba ocurriendo. No podía ser fruto de la casualidad, era imposible. El temporal, la interrupción del fluido eléctrico, el aviso del robo en Andorra, la aparición del tipo negro, ahora el cadáver de un bebé. Movió el hombro para desentumecerlo, la clavícula volvía a dolerle y eso no era bueno.

Nuria. Ermita de San Gil

El hallazgo del peluche y el descubrimiento de su contenido oculto obraron el milagro de que ambas se olvidasen de la sed que sentían y del horror que había tenido lugar en el exterior. El interior del osito estaba repleto de pequeños diamantes de, aproximadamente, medio centímetro de diámetro. Ninguna era experta pero llegaron a la conclusión de que los diamantes estaban ya pulidos. Contaron más de quinientas piezas. Sabían que el valor de un diamante dependía de su pureza pero tirando por lo bajo ahí había más de dos millones de euros. Tras devolverlo cuidadosamente al interior del peluche volvieron a mirar dentro de la chimenea, incluso Ana volvió a encaramarse, repitiendo los mismos movimientos que había realizado pero no encontraron nada más.

—¿De dónde crees que han salido? —Ana sopesaba el osito mientras le acariciaba la barriga donde guardaba su tesoro.

—Alguien las ha escondido ahí, y nadie guarda sus diamantes en el interior de una chimenea en una iglesia perdida en los Pirineos. A su dueño no le hará gracia no encontrarlos.

—Me da igual que le haga gracia o no, los diamantes son ahora nuestros, nosotras los hemos encontrado, nos pertenecen; es la ley…, es la ley de los Pirineos —Ana sonrió descarada.

—Aunque consigamos salir de aquí con ellos tampoco sabemos cómo venderlos, no podemos ir a una joyería y decirle: tenga, quiero vender estos diamantes que me encontré. Es mejor que los devolvamos a la policía, esto nos traerá problemas, ya verás.

—No vamos a devolver nada, vinimos a pasar unos días de esquí y por poco nos comen esas cosas, nos lo merecemos, nos lo hemos ganado —Ana sujetaba con fuerza el peluche, como si alguien amenazara realmente con arrebatárselo.

—Estas piedras no pueden ser legales Ana, las han robado, lo sabes tan bien como yo.

—Pues mejor, el que roba a un ladrón…

Lucía se dio por vencida de momento. Aún tenían que conseguir salir de allí.

—Tengo mucha sed Ana ¿Crees que seguirán ahí fuera? Hace mucho tiempo que no las hemos oído. Tal vez podríamos abrir y coger algo de nieve con la olla, la fundimos y nos la bebemos.

—O nos la comemos a bocados —interrumpió Ana.

—Lo que sea.

La luz del sol comenzaba a penetrar por los tragaluces.

—Vale, vamos a por la olla.

 Nuria. Santuario

Después de orar durante Prima en la Capilla, todos los monjes habían regresado al Refectorio. En cocina calentaron de nuevo un par de perolas con leche y sirvieron pan recién hecho.

Con un puñado de velas por toda iluminación el gran comedor se asemejaba a lo que debía haber sido el monasterio en sus comienzos.

Tras dar buena cuenta del modesto ágape, algunos monjes expresaron su intención de subir a sus habitaciones; Arnau se unió a ese grupo.

Nada más entrar a su celda detectó que algo no iba bien. Abrió el armario y sólo le hizo falta un leve vistazo para advertir que las cosas no estaban como él las había dejado. No es que estuviera revuelto pero seguro que alguien había estado husmeando dentro. Se desplazó hasta la mesita y abrió el primer cajón, éste sí que estaba revuelto, el intruso aquí no había mostrado tanto celo.

No le preocupaba que hubiesen registrado su habitación, no había nada que encontrar, pero indicaba que su tapadera podía haberse visto comprometida. El objetivo principal era no destacar, pasar inadvertido, como un monje más y Arnau lo estaba logrando pero los últimos sucesos le habían obligado a exponerse, estaba en juego la vida de los otros monjes. Aunque fueron dos los monjes que subieron, a comprobar las habitaciones, él ya tenía su sospechoso. Se aseó, se cambió de ropa y regresó al Refectorio. Había monjes que continuaban en la misma posición en la que estaban cuando salió de allí. Alguno incluso se había llegado a dormir y roncaba apoyado sobre la mesa.

Enseguida halló a la persona que buscaba. Dominique hablaba con Alain. En cuanto se percataron de su entrada se separaron un poco y elevaron la voz en una conversación dedicada al temporal de nieve de fuera. Arnau se desplazó por todo el comedor atento a las conversaciones de los otros monjes. Todas versaban sobre lo mismo; Donato y los otros dos enfermos encerrados en el archivo de la Biblioteca. En cambio Alain y Dominique hablaban del tiempo que hacía en el exterior del Santuario. En su cerebro se encendieron todas las alarmas. Los dos habían salido a comprobar el interior. Cualquiera de ellos podía haber registrado su habitación. Esto abría un nuevo abanico de posibilidades.

Leo, el joven procedente del Albergue lo distrajo de su reflexión, se le había acercado por detrás y le decía algo que no había llegado a escuchar.

—¿Qué?

—¿Podemos hablar? —el joven tiraba de su brazo y lo guiaba fuera del Refectorio.

Salieron al reducido Claustro y Leo encendió un cigarrillo y le ofreció otro a Arnau que lo rechazó impaciente. Después de una profunda calada acercó su cara a la del monje.

—Deberíamos comprobar que los zombis, los infectados —rectificó al ver la expresión de Arnau— siguen encerrados en el archivo.

Arnau no comprendía a donde quería llegar el joven.

—He visto a esas personas caminar con los intestinos fuera de la cavidad abdominal, sus propios intestinos —recalcó— no tengo claro que unos cordones del hábito de un monje basten para inmovilizarlos.

Arnau reflexionó a cerca de ello.

—Ven.

Al volver a entrar al Refectorio la situación con Dominique y Alain volvió a repetirse. No eran fantasías suyas. Tramaban algo. Dirigió sus pasos hacia el Abad, continuaba en su sitio en la mesa. Se sentó a su lado mientras Leo permanecía en pie a su espalda.

—Padre —el Abad gustaba que se dirigiesen así a él— creo que debería comprobar el estado de los hermanos enfermos.

—¿Por qué? ¿Para qué? —el Abad no pudo disimular su inquietud.

—Bueno, ellos podrían necesitar algo, quizá están más recuperados, es simple caridad cristiana.

—¿Mejor? Martín tenía el cuello roto y nos miraba con la cabeza del revés. ¿Cómo van a estar mejor?

Arnau percibió de inmediato el temor del Abad, intentó entonces otra estrategia.

—El joven Leo piensa que podrían haberse desatado, yo no lo creo pero no estaría de más que lo comprobásemos; naturalmente el resto permanecería fuera de la Biblioteca, a salvo.

La posibilidad de que los monjes enfermos anduviesen a sus anchas por el Santuario, unido a la última matización de Arnau a cerca de la seguridad del resto de monjes, lo terminó de persuadir para autorizarlo.

El Abad hizo llamar a todos los hermanos y quedaron todos reunidos en el Refectorio hasta el regreso de Arnau y Leo.

De camino a la Biblioteca Arnau recogió de una estantería de la cocina un rollo de cinta americana y la hizo desaparecer en el interior de su hábito.

—¿Lleváis ropa interior debajo del hábito?

Arnau no salía de su asombro. La cara de Leo no mostraba rastro de burla. Continuó andando ignorando la pregunta.

Al llegar a la puerta del archivo, Arnau introdujo la llave que le había facilitado el Abad dentro de la cerradura.

—¡Espera! —Leo se acercó a la puerta y golpeó con fuerza un par de veces sobre ella.

Varios golpes se sucedieron al otro lado de la hoja sobresaltando a Arnau y al propio Leo.

—Se han desatado —Arnau lamentó no haber venido provisto de algún arma— sal de la Biblioteca, espera fuera a que yo te llame, no entres hasta que yo te lo diga.

—Ni hablar, yo no me voy de aquí —se alejó a por una silla y regresó esgrimiéndola por el respaldo con las patas en guardia.

Arnau no podía imponer ahí su autoridad, así que aceptó obligándole a parapetarse tras una mesa. En su interior se alegraba de que el joven permaneciese con él.

La puerta se abría hacia dentro, así que en cuanto Arnau giró la llave, empujó violentamente hacia delante. El joven desconocido cayó hacia atrás golpeado por la hoja. El monje pasó al interior del archivo entonces. Lo que vio dentro del archivo lo sorprendió tanto que a punto estuvo de costarle caro. El hombre se lanzó a morderle los pies sin siquiera molestarse en levantarse. Arnau se limitó a retroceder un paso. No podía apartar la vista de las manos amputadas del hombre; descansaban en el suelo al lado de la silla donde estuvo atado. A base de violentos tirones se las había mutilado. Los dos miembros presentaban un aspecto ceniciento en los trozos de piel que no estaban ensangrentados, tendones desgarrados, venas literalmente partidas, el dolor tendría que haber sido tan intenso que ninguna persona hubiera podido soportarlo consciente y mucho menos causándoselo él mismo.

Donato también había logrado soltar un brazo, la mano seccionada colgaba del brazo de la silla sujeta de algún tendón por la cuerda ensangrentada que lo había intentado retener. La otra muñeca presentaba terribles laceraciones pero aún continuaba sujeta impidiendo al monje levantarse.

—¿Lo ves? No sienten dolor —Leo se había acercado a Arnau.

—Regresa detrás de la mesa.

El zombi se había levantado y avanzaba hacia él con los muñones adelante. Arnau aguardó a que lo atacara y entonces lo sujetó del antebrazo y lo giró, golpeó violentamente detrás de su rodilla y el hombre cayó postrado a los pies del monje. Con habilidad lo arrastró y lo sentó sobre la silla de brazos que había preparado. La cinta americana apareció por embrujo en sus manos y con dos rápidos giros encintó la boca del zombi. A continuación encintó cada uno de los antebrazos a los brazos de la silla. Repitió la operación con los tobillos. Cuando estuvo satisfecho se apartó y contempló su obra.

—¡Joder! Realmente eres el puto monje Rambo; perdón.

Así ya no podría volver a escapar. Con Donato, al tener un brazo sujeto todavía, el trabajo fue más rápido y sencillo.

Tras volver a introducirlos en el interior del archivo. Arnau y Leo contemplaron las idénticas muecas de odio en los rostros de los tres zombis. El monje dudaba de que ese estado pudiese llegar a revertirse. Haría falta un milagro y él no creía en los milagros.

Tras asegurar la puerta ambos regresaron al Refectorio donde los esperaba el resto de la congregación. La columna vertebral del Abad sufrió un intenso estremecimiento al escuchar el relato de Arnau. Después de recuperar la llave del archivo, prohibió que nadie se acercase allí.

Nuria. Refugio

Bea acercó su cuerpo desnudo al de su marido. Llevaba un rato sintiendo frío. Abrió un ojo levemente. En la habitación se filtraba algo de luz entre las cortinas a medio cerrar. De pronto la asaltó un ataque de hambre. Sus tripas soltaron un quejido lastimero. Claro, desde que pararon ayer a comer en el restaurante de las pistas, no habían vuelto a probar bocado. Regresaron a la habitación, se ducharon e hicieron el amor hasta caer dormidos los dos. Habían dormido… ¿Qué hora sería? Necesitaba ir al baño. Se levantó despacio y anduvo encogida hasta el aseo. Cerró y pulsó el interruptor pero la luz no se encendió, se acercó hasta el del espejo y tanteando lo accionó también, tampoco funcionaba. Regresó a la entrada y abrió la puerta. Cuando salió se enfundó el albornoz y se metió con él en la cama.

—¿Qué haces con el albornoz dentro de la cama? —Ricardo se había despertado y se desperezaba con un ruidoso bostezo.

—No hay luz y la calefacción no funciona ¿No es romántico? —Bea se apretujó a su marido.

Ricardo acudió al baño y a la vuelta corrió las cortinas para que entrase la luz en la habitación, limpió el cristal con el dorso de la mano y observó como la nieve continuaba cayendo lentamente. El albornoz con que se había cubierto apenas mitigaba el frío que sentía. Echó a correr hacia la cama y de un salto se colocó de nuevo en su lado y se tapó hasta la nariz.

@@@

El abuelo de Nacho abrió los ojos, por la ventana comenzaba a entrar algo de luz. Se encontraba completamente arropado. Sentía frío en su cabeza ahora desprovista de pelo. La quimioterapia había acelerado su pérdida y para evitar preguntas incómodas de su familia se lo había rapado así que ahora esa parte de su cuerpo era más sensible a los cambios de temperatura.

Su vejiga le presionaba, decidió levantarse ya. Al dirigirse al baño el frío ambiente se hizo más perceptible. Entró al aseo y accionó el interruptor, la luz no se encendió. Repitió la operación y nada. Se alivió a oscuras y regresó a la habitación. Pulsó el interruptor y comprobó que tampoco funcionaba, debía haberse ido la luz, eso explicaba lo fría que estaba la habitación.

Se asomó a la ventana, el día comenzaba a despuntar. Desde allí contempló la belleza del paisaje nevado, los copos cayendo lentamente y el encanto del lago helado, completamente blanco. Disfrutó del instante, seguramente no le quedasen muchos despertares como ese. Se colocó los audífonos en los oídos y se vistió, realmente hacía frío. Observó a su nieto. Dormía boca abajo con las cuatro extremidades abiertas, como queriendo abrazarse al colchón. Siempre había dormido así, desde el día que nació. Luego recordó su propia niñez, a él también le encantaba dormir de ese modo; lamentablemente hacía años que su espalda no se lo permitía. Le vino a la cabeza algo que había leído en alguna parte, o lo había escuchado, tanto daba;

“Cuando comienzas a recordar asiduamente la infancia de tus hijos y tus nietos es que te estás haciendo viejo.

Cuando comienzas a recordar asiduamente tu propia infancia es que tu final está cerca”

Esas palabras, en su situación, cobraban una nueva dimensión. Nacho se dio la vuelta y su teléfono móvil cayó al suelo arrastrando los auriculares conectados. La noche anterior se había dormido escuchando música. Cenaron muy pronto y enseguida subieron a la habitación, el chico no quería encontrarse con su padre, seguía enfadado. Él estuvo haciendo tiempo viendo la tele pero cayó pronto dormido.

Su hijo habría llegado tarde, por eso no les habían dicho nada, eso o llamaron y no se enteraron, para dormir se quitaba los audífonos y sin ellos no escuchaba ni un cañonazo. Se decidió a despertarlo.

—Arriba chico, es hora de levantarse.

Nacho se desperezó y se dirigió al baño. Al entrar oprimió el interruptor, nada, repitió la operación de nuevo.

—No funciona la luz del baño, y hace un poco de frío.

Entró y cerró como si nada. Cuando salió su abuelo lo esperaba ya vestido y sonriente.

—¿De qué te ríes?

—De nada, olvídalo. Vístete, llamamos a tus padres y bajamos a desayunar —el chico no dijo nada.

El muchacho sacó la ropa que se iba a poner de la maleta y la dejó caer sobre la cama.

—Ponte ya el pantalón de nieve, tus padres querían empezar a esquiar pronto hoy, la idea era subir a las pistas nada más desayunar.

—Hace calor, me asaré —el chico nunca tenía frío.

—Nacho, el pantalón de nieve, por favor.

Mientras su nieto se vestía su abuelo recogió un poco la habitación.

—¿Vamos? —Nacho estaba plantado delante de la puerta con el chaquetón de nieve puesto, antes protestaba por el calor que le iba a dar el pantalón y ahora, en lugar de llevarlo en la mano, se lo ponía; los adolescentes eran así.

—Recogemos a tus padres y a tu hermana en la habitación y bajamos a desayunar.

—Yo voy a llamar al ascensor —sin dar tiempo a más se colocó los auriculares en los oídos, guardó el móvil en un bolsillo y salió al corredor.

Para este apartado os propongo escuchar mientras lo leéis la misma canción que estaba escuchando Nacho, a ver si os gusta.

Su abuelo no pudo evitar sonreír, no había luz pero él iba a llamar al ascensor. Salió al pasillo y se encaminó a la habitación de su hijo.

Nacho avanzaba prácticamente al ritmo de la canción que escuchaba a todo volumen: Hall of fame de Script.

Hey, you can be the greatest
You can be the best
You can be the King Kong banging on your chest

You can beat the world
You can beat the war
You can talk to God or go banging on his door

El pasillo estaba pobremente iluminado. Siguió caminando hacia el ascensor.

You can throw your hands up
You can beat the clock
You can move a mountain
You can break rocks
You can be a master
Don’t wait for luck
Dedicate yourself and you’re going to find yourself
Standing in the hall of fame
And the world’s gonna know your name
Because you burn with the brightest flame
And the world’s gonna know your name
And you’ll be on the walls of the hall of fame

Al llegar frente a las puertas pulsó el botón de llamada, el piloto no se encendió. Volvió a pulsar. No había luz, el ascensor tampoco funcionaba. Se puso un poco colorado y se alegró de que nadie se hubiera dado cuenta de su torpeza. Sin mirar hacia su abuelo se dirigió a las escaleras.

You can go the distance
You can run the mile
You can walk straight through hell with a smile

You can be a hero
You can get the gold
Breaking all the records
They thought never could be broke

Do it for your people
Do it for your pride
How are you ever gonna know if you never even try

 El abuelo de Nacho golpeó con los nudillos sobre la puerta de la habitación de su hijo. De reojo había visto que se aproximaban otros huéspedes, caminaban tambaleándose. Las vacaciones era lo que tenían, se daban al exceso.

Volvió a golpear, ahora más fuerte, sobre la puerta, se les debían haber pegado las sábanas, en el interior de la habitación no se oía ruido alguno.

A su espalda escuchó como las personas que se aproximaban parecían rugir, a ver si pasaban de largo y no le causaban problemas, mejor no mirarlos siquiera.

Nacho se sentó en el primer escalón resoplando por el calor que le daba la ropa de esquí.

Do it for your country
Do it for you name
Because there’s going to be a day
When you’re standing in the hall of fame
And the world’s gonna know your name
Because you burn with the brightest flame
And the world’s gonna know your name
And you’ll be on the walls of the hall of fame
 

Al abuelo de Nacho apenas pudo apartarse cuando sintió el brazo del primer zombi. Se dio la vuelta dispuesto a increparlo por la agresión, pero la visión de esos ojos rojos, completamente cargados de odio lo paralizaron. El zombi se le tiró encima mordiéndole el pómulo. No le dio tiempo a fijarse en su aspecto, en que sus pantalones estaban manchados de sangre por todas partes ni que en la coronilla le faltaba un trozo de carne. Sólo pudo desear que su hijo no abriese la puerta. Se dio la vuelta y trató de apartarse del hombre arrastrándose. Otro zombi se le tiró encima mientras el de antes volvía a desgarrar, esta vez su nuca.

—¡NACHO VETE!

Al chico le pareció que su abuelo le decía algo, se volvió de mala gana. Tardó unos segundos en localizarlo en el suelo. Varias personas estaban sobre él, lo atacaban mientras intentaba huir arrastrándose. Tenía que ayudarle.

Be a champion

On the walls of the hall of fame

Sin saber muy bien qué ocurría y con la música sonando a todo volumen en sus oídos Nacho corrió hacia su abuelo.

Be students
Be teachers
Be politicians
Be preachers
Be believers
Be leaders
Be astronauts
Be champions
Be truth seekers

—¡NACHO NO! ¡VETE! ¡CORRE! BUSCA AYUDA —El anciano no pudo decir nada más, dos zombis se unieron a los primeros, mientras uno aplastaba su cabeza contra el suelo a la vez que estiraba con los dientes hasta arrancarle la oreja, el otro se esforzaba por poner su abdomen al descubierto.

El chico se detuvo a dos pasos de su abuelo. Le había mandado que huyese, que buscara ayuda. Sabía que él solo no podría hacer nada contra esas cuatro bestias, y al fondo del pasillo venían más. Miró hacia el lado opuesto, por allí descubrió más de esos seres. Echó a correr hacia las escaleras.

Be students
Be teachers
Be politicians
Be preachers
Be believers
Be leaders
Be astronauts
Be champions

Bajó a saltos los tres tramos hasta alcanzar el segundo piso. Encaró el siguiente tramo y se encontró con dos hombres con el mismo aspecto que los de arriba gruñendo como animales. Trató de concentrarse en la estrofa de la canción que continuaba sonando y encaramándose a la barandilla, saltó al siguiente tramo de escaleras, así logró evitar a los dos que subían. Cayó, en la otra barandilla y chocó contra la pared; el golpe lo desequilibró y rodó escaleras abajo arrollando a tres mujeres que subían. Se detuvo al fin entre ellas en el rellano del primer piso. La adrenalina disparada y el pánico que sentía le hicieron incorporarse como si le hubiese alcanzado un rayo.

Continuaba cantando la canción que se reproducía a todo volumen lo que, sin duda, evitó que los desesperados gruñidos de las zombis lo paralizaran.

Standing in the hall of fame
And the world’s gonna know your name
Because you burn with the brightest flame
And the world’s gonna know your name
And you’ll be on the walls of the hall of fame

Alcanzó la Recepción del Hotel sin más oposición pero con la certeza de que los seres que habían atacado a su abuelo lo seguían de cerca. Allí no había nadie a quien pedir ayuda. Tardó un momento en localizar la puerta de entrada, unos expositores enormes la tapaban. Apartó uno de ellos con un violento empujón y se encontró con una puerta cerrada y al otro lado, una multitud de seres ensangrentados golpeando los cristales. Era una locura, volvió a concentrarse en el sonido que reproducía su móvil.

You can be a champion
you can be the greatest
You can be the best
You can be the King Kong banging on your chest
You can beat the world
You can beat the war

Se enfrentó a la puerta de entrada del salón comedor. Empujó y accionó la enorme manivela pero la puerta estaba cerrada. Golpeó sobre ella con ambas manos y se alejó en dirección a la otra puerta del comedor. Allí volvió a intentar abrir, tampoco pudo hacerlo, estaba también cerrada. Al final del pasillo vio la salida a la parte de atrás del Hotel pero, al igual que la entrada principal, también presentaba varios objetos apostados contra ella. Sólo quedaba una puerta: lo aseos. Aceleró hacia ella y antes de entrar, observó la Recepción; aún no había aparecido ninguno de esos seres.

Entró en el de caballeros vb, cerró y apoyó su espalda contra la puerta llevando los ojos al frente. Estuvo a punto de gritar. A los pies de la ventana, una pila con varios seres amontonados en posiciones imposibles, hizo que las pulsaciones se le volvieran a disparar y las piernas le temblasen todavía más. Entre un enorme charco de sangre los ojos sin vida de esas personas parecían advertirlo de un peligro que no conseguía comprender.

Se giró de nuevo hacia la salida, la puerta no tenía cerrojo alguno, no podría impedir que esas cosas entrasen y lo devorarían como a su abuelo. ¡Los váteres! Ahí sí había pestillos. Corrió hasta el último y entró después de haber pisado el charco de sangre y uno de los brazos de alguno de los muertos. Cerró y se sentó en el inodoro. Se introdujo el crucifijo que colgaba de su cadena de plata en la boca y se concentró en el final de la canción.

You can talk to God or go banging on his door
You can throw your hands up
You can beat the clock
You can move a mountain
You can break rocks
You can be a master
Don’t wait for luck
Dedicate yourself and you’re going to find yourself
Standing in the hall of fame

Desde que de pequeño le regalara la cruz su abuelo, siempre que se sentía asustado por algo repetía el mismo ritual. Era como si así Dios estuviese dentro de él y nada pudiera dañarlo.

La canción acabó y los ruidos de gritos, gruñidos y carreras por los pasillos se hicieron perceptibles para el chico. Oyó como se abría la puerta de fuera y alguien con paso vacilante se adentraba en el aseo.

Lo iban a encontrar, cualquier imbécil podría descubrir sus pisadas sobre la sangre derramada por el suelo del baño. Era cuestión de tiempo que derribaran la débil barrera que lo protegía. Chupó con más fuerza el crucifijo saboreando el gusto salobre del sudor. Sacó el móvil del bolsillo y buscó febrilmente otra canción para escuchar. Entonces advirtió ese arrastrar de pies que se alejaba y cómo la puerta chirriaba al abrirse y volverse a cerrar. Luego nada. Lo había logrado, estaba salvado. La más inmensa de las alegrías lo invadió para, al instante transformarse en infinita tristeza al pensar en el destino de su abuelo. Lloró, con la desdicha de no poder dejarse llevar y gritar lo que sentía.

@@@

El grito hizo que Bea y Ricardo interrumpiesen sus juegos sexuales.

—¿Qué ha sido eso? —Bea salió de la cama y se enfundó el albornoz tirado en el suelo.

—Vuelve aquí, vamos…

El nuevo grito y las carreras que se sucedieron hicieron que Ricardo también se levantara. Desnudo caminó hacia la puerta. Permaneció atento frente a ella. De los pasillos llegaban ruidos de carreras y una especie de gruñidos raros. Abrió la puerta y se asomó.

—¿Qué haces? No abras, vas desnudo.

Bea se aproximó a la entrada de la habitación y Ricardo se volvió hacia ella sonriendo al observar su gesto de preocupación.

Ricardo no vio al primero de los zombis que lo atacó. Logró alejarlo de una patada y gateó retrocediendo hasta los pies de la cama. Tres zombis más entraron y se le tiraron encima. Mientras él trataba de evitar los mordiscos que le lanzaban vio como su mujer intentaba apartar a uno de ellos y al no lograrlo salía de la habitación pidiendo ayuda.

Bea no había conseguido apartar al hombre de encima de su marido, le pareció que llevaba la ropa manchada de sangre. Corrió escaleras abajo dirección a la Recepción. Su habitación estaba en el segundo piso. De reojo pudo ver como otras personas salían en su persecución, gritaban y gruñían como las que habían entrado en su habitación. En el rellano de la primera planta tuvo que esquivar a uno de esos locos que sólo consiguió arrancarle el cordón de su albornoz. En el siguiente descansillo, sus pies desnudos resbalaron y cayó de bruces, sintió como sus manos se impregnaban de algo pegajoso, se incorporó todo lo rápido que pudo y siguió corriendo.

Alcanzó la Recepción y se dirigió a la entrada del comedor.

@@@

En el comedor, el desgarrador grito procedente de alguna de las plantas superiores del Hotel había hecho enmudecer a todos los refugiados. Alizée se apostó en la puerta que daba a los lavabos y Bastian se acercó a la que conducía a la Recepción. Desde allí pudo escuchar ruido de carreras, caídas, golpes y gruñidos que parecían indicar que alguno de los clientes encerrados en su habitación había cometido el error de salir.

André y Gwen se acercaron a él e hicieron presión sobre los objetos amontonados contra la puerta mientras dudaban si apartarlos o empujar con más fuerza. Junto al francés volvía a estar la pequeña Carla; había dejado la taza de Cola Cao que se estaba tomando para correr de nuevo a abrazarse a su pierna.

—Pero ¿Por qué sale la gente de sus habitaciones? Es una locura —El Director movía apesadumbrado la cabeza.

—En el Hotel pueden quedar clientes que no se hayan enterado de lo ocurrido. La situación se precipitó ayer a última hora. Eso, o la presión los ha podido.

—Deberíamos abrir y dejar que entre, parece estar solo.

—No podemos hacer eso, sería imposible contener a esas cosas, no tenemos suficientes armas. No, nadie va a entrar aquí.

El Director se pasó una mano por la cara en un claro gesto de impotencia, pero se le ocurrió otra cosa.

—Quién sea podría decirnos cuántas personas infectadas hay por los pasillos —la reflexión había hecho vacilar a Bastian, esa información sería crucial a la hora de salir a limpiar el Hotel.

Al otro lado escucharon un golpe y ruido de pasos alejándose. Instantes después alguien golpeaba la puerta de acceso al comedor por el lateral. En ninguna de las dos ocasiones se oyó decir nada, nadie pedía auxilio o ayuda. Un chirrido al otro lado les indicó que quienquiera que fuese el desdichado había entrado en los lavabos.

En la Recepción se escucharon gruñidos ahogados y carreras hacia los lavabos.

—Al final parece que no será necesario abrir, probablemente esa persona ya no es humana —nada más terminar la frase, Bastian lamentó que la cría, que continuaba agarrada a su pierna, la hubiese oído.

Unos nuevos golpes los sobresaltaron.

—¡AYUDA! ¡AYUDA POR FAVOR!

Sin duda era otra persona, una mujer.

—Hay que abrir —André hacía intención de comenzar a retirar cosas.

Bastian, por primera vez en muchos años se mostró indeciso. Observó a la pequeña y le pareció ver un gesto de asentimiento; a continuación se soltó de su pierna y corrió a refugiarse bajo una mesa no muy lejana para dejarle libertad de movimientos. Allí volvió a apreciar Bastian el mismo gesto en la niña.

Alizée ya corría hacia allí, desde que observase las dudas de su compañero y el gesto de la cría supo que terminaría abriendo. ¡Maldita niña!

Al otro lado de la puerta Bea golpeaba histérica con sus puños sobre la madera.

André acabó de apartar los obstáculos y abrió de golpe sorprendiendo a la mujer que permaneció paralizada inmóvil hasta sentir como un hombre con una pistola en la mano la cogía del pelo y tiraba de ella metiéndola en el comedor. En cuanto pasó dentro, André y Gwen se apresuraron a volver a colocar la barricada y a prepararse para el intento de entrada que se avecinaba. Los gritos y golpes que siguieron les indicaron que habían actuado justo a tiempo. La intensidad de los ataques fue decayendo como en otras ocasiones.

En el interior, la mujer sentada en el suelo con el albornoz abierto dejando ver su cuerpo desnudo lleno de sangre observaba alucinada el cañón de la pistola que Alizée mantenía a un palmo de su cara.

—¿La han mordido? ¿Está herida? —Bea no entendía nada de lo que pasaba.

—Tienen que ayudarnos, han atacado a mi marido, varias personas se han lanzado sobre él, tenemos que ir a ayudarlo —Bea hizo intención de incorporarse.

—No se le ocurra moverse, permanezca en el suelo o no dudaré en disparar. Conteste: ¿La han mordido? ¿Está herida? —Insistió Alizée.

—Pero ¿Por qué repite todo el rato lo mismo? ¿Quién me va a morder? Le digo que unas personas están atacando a mi marido. ¡Por Dios! Pero ¿Qué les pasa a todos?

Los golpes al otro lado habían cesado casi por completo. André se acercó a la mujer.

—Esas personas, las que han atacado a su marido y la seguían a usted, esas personas están… parecen estar enfermas, infectadas con algún extraño virus, atacan a sus víctimas mordiendo y arañando para terminar devorándolos. Creemos, creemos que se contagian por la sangre y usted…usted tiene mucha sangre encima.

La mujer se miró y en ese momento fue consciente de su desnudez, se cerró el albornoz empapado de sangre y fue reculando hasta quedar sentada contra la pared.

—Tienen que ayudarme, tenemos que ir a ayudar a mi marido.

—A estas alturas su marido ya es una de esas cosas.

La crudeza de la afirmación acabó con la resistencia de la mujer e hizo sentir a Bastian un regusto desagradable en su boca por la crueldad manifestada por Alizée.

La recién llegada se derrumbó por completo y rompió a llorar. La pequeña Carla se acercó a ella para acariciar su cabello revuelto en un acto de infantil ternura regresando enseguida al lado de Bastian.

 PERSONAJES DE ESTE CAPÍTULO

Aroa

Sergio

Luís 

Alberto

Maite

Klaus

Cerebrito

Lara

Vera

Pau y Toni

Marga y Luna

Nines

Maica

Ramón Ramis

Miguel Ramos

Marc Piqué

Cristian Alba

Artur Puyol

Albert Juliana

Pascual

Joan

Sr. Antonio

Lucía y Ana

Hermano Dominique

Hermano Alain

Hermano Pere

Hermano Arnau

Hermano Donato

Leo y Lorena

Ricardo y Bea

Abuelo de Nacho

Nacho

André Montanier

Julián Ramis

Gwen

Bastian

Alizée

Carla

 

 

 

Capítulo XI

Viernes 28 de diciembre de 2012. Entre las 03:00 y las 06:00 horas

Nuria. Estación de Esquí

El hombre despertó, empezaba a sentir frío. Los tres jóvenes que se refugiaron con él en la Estación permanecían dormidos, tirados juntos en el suelo. Quizá debería tumbarse con ellos. En el lado opuesto de la habitación la chica dormía también. No parecía tener frío, su cabeza colgaba hacia atrás en el respaldo de la silla, sus manos enguantadas en su regazo con los dedos entrelazados. Llevaba el grueso abrigo con la cremallera cerrada hasta arriba. Se levantó tratando de hacer el menor ruido posible y se acercó a ella. Era guapa. Ahora que se había incorporado y caminado unos pasos se encontraba mejor. No, no era por eso. Alargó su mano hasta la cremallera de la joven, la sujetó con dos dedos y tiró lentamente hacia abajo. La abrió hasta las manos cruzadas de ella. Nunca había hecho algo así pero la situación era extraña y el frío que sentía unido a la certeza de que fuera esas cosas esperaban para comérselos a todos le impedía razonar. El polo que vestía bajo el abrigo dejaba adivinar unos pechos bien formados. No lo pudo evitar, posó ambas manos sobre ellos. Vera despertó adormilada. Cuando vio la cara del hombre tan cerca de ella abrió la boca para chillar a la vez que hacía intención de levantarse. El hombre apretó fuerte su manaza contra la boca de la joven.

—Si gritas, si gritas te mato —la voz brotó de sus labios semicerrados como un cortante susurro aunque no supo de dónde había surgido la determinación para semejante amenaza.

Los ojos de la chica se abrieron al máximo, los volvió hacia la puerta y luego hacia donde dormían los otros tres jóvenes. Intentó apartar la mano del hombre pero sólo conseguía que apretara más. Asintió con la cabeza para que la soltase. El hombre apartó lentamente la mano de su boca y llevó las manos de nuevo a los pechos.

—Si no apartas tus manos de mí, gritaré tan alto que todos esos seres se abalanzarán contra la puerta y acabarán con nosotros.

El hombre vio la determinación en sus ojos. Un vistazo al fondo de la oficina puso de manifiesto que los otros invitados también estaban despiertos, aunque ninguno se movía. Se alejó de la joven despacio y volvió a su silla transformando su deseo en odio hacia la chica y pensando que su momento terminaría por llegar.

Vera se subió la cremallera de nuevo, venciendo los temblores de sus dedos, mientras observaba como los otros tres se giraban y trataban de no darse por enterados de lo ocurrido. El nudo que sentía en el estómago la obligó a tragar repetidas veces saliva hasta que las nauseas fueron desapareciendo.

Volvió a mirar su móvil. Seguía sin servicio. Llevó la silla a una esquina y colocó la mesa enfrente, así nadie se podría acercar sin que se diese cuenta. Si las cosas no se arreglaban pronto ese cerdo podría intentarlo de nuevo y los otros no parecían dispuestos a impedirlo y, en caso de que quisieran, dudaba de que pudiesen con él. Un nuevo escalofrío recorrió todo su cuerpo.

Frente a la otra mesa de despacho, el hombre se debatía entre una profunda vergüenza y un creciente odio hacia la chica que lo había humillado en presencia de los otros.

Nuria. Albergue

Hacía un rato que todos se habían despertado, bueno, los que habían conseguido pegar ojo, y se habían reunido en una de las habitaciones. Pau podía escucharlos perfectamente, se les entendía con meridiana claridad. Empezaron hablando bajo pero el debate se estaba encendiendo y cada vez elevaban más el tono. Podía sentir como, al otro lado de la escalera esos seres se empezaban a excitar y comenzaban a golpear las puertas.

Pau se acercó rápidamente a la habitación y los interrumpió, obligándolos a callar.

—Estáis gritando demasiado. Esas cosas os escuchan. Han empezado a golpear de nuevo las puertas. Guardad silencio hasta que vuelvan a tranquilizarse y hablad bajo por Dios.

La sola mención de los salvajes del otro lado de la escalera tuvo un efecto balsámico. Todos callaron. Pau les indicó que para hablar lo mejor era subir a la habitación más alejada de la escalera.

Todos se dirigieron hacia allí. Pau no quería alejarse de la puerta así que envió a Luna para que acudiese a esa especie de asamblea que iba a tener lugar.

Nines había subido del brazo de una de las chicas y permanecía en una silla, encogida, y tan ausente como lo estaba en la otra habitación. Desde que conociese el final de su marido no había vuelto a hablar, ni una palabra había salido de sus labios.

El objeto de la reunión era sencillo. Los dos chicos defendían la necesidad de racionar todos los víveres de que disponían, es decir, los productos comestibles de las máquinas de vending y las bebidas. El agua no parecía ser un problema, los grifos continuaban dispensándola sin pegas. El conflicto lo planteaban las cinco chicas. Ellas no veían la necesidad de racionar nada, en cuanto amaneciese, la policía o las autoridades las vendrían a rescatar, así que no veían motivo para dividir las provisiones.

Luna, después de las conversaciones mantenidas con Marga y Pau, estaba a favor de racionar los alimentos y sabía que sus amigos votarían lo mismo. El problema era que las jóvenes no veían legítimo que se las impusiera un criterio que no compartían.

La discusión se estaba enconando y todos hablaban a la vez. Nines se puso en pie y se situó en el centro de la habitación. Los presentes se fueron callando.

—Este es mi Albergue. Las provisiones que hay en las máquinas son mías. Creo…, creo que lo mejor es racionarlas. Si no estáis de acuerdo, entonces las dividiremos a partes iguales y que cada uno actúe como mejor piense que debe hacerlo.

La alocución de la propietaria del Albergue los sorprendió a todos, pero no los puso de acuerdo. Al final acordaron dividir los víveres entre todos, la segunda opción ofrecida por Nines.

Un chico y una chica fueron abriendo todas las máquinas y sacando su contenido para su posterior reparto.

@@@

Maica estaba congelada. La cámara estaba apagada pero la temperatura en el interior era insoportable. Tenía que salir. Si permanecía dentro moriría congelada, pero si abría… Sintió intensos estremecimientos al recordar lo que había sucedido unas horas antes.

Estaba en su habitación viendo por la ventana la batalla de bolas. Se acercaba la hora de la cena y su amiga ya debía estar en el comedor. Se enfundó el abrigo por si se decidían a salir fuera un rato y bajó a cenar. Cuando llegó, el desconcierto era total. La luz se había ido y la gente entraba corriendo, gritaban cosas que no podía entender. Se acercó a la puerta de entrada, el dueño del Albergue abrió en ese momento y el infierno se desató. Por un instante se quedó paralizada viendo como las personas de fuera atacaban a los que estaban dentro. No sabía qué pasaba, debía ser un robo, tal vez un secuestro. Escapó del caos sin haber encontrado a su amiga y se refugió en la cocina buscando una puerta por la que huir. La cocina no disponía de ninguna salida al exterior, las únicas puertas eran las de vaivén por las que había entrado. Tenía que buscar algún sitio donde esconderse y tenía que hacerlo ya. Se dirigió al fondo de la habitación y abrió una puerta de aluminio. Sin pensarlo entró y cerró. De inmediato sintió el intenso frío; estaba dentro de la cámara frigorífica. Su respiración se hizo más irregular, comenzó a hiperventilar. Iba a morir allí dentro. A su cabeza vinieron imágenes de películas en las que los protagonistas se metían por error en el interior de una cámara como esa y morían congelados al no poder abrir desde el interior. Le costaba respirar. Aunque la electricidad se había interrumpido el ambiente seguía siendo gélido, segundos antes estaba funcionando. Cada vez le resultaba más difícil razonar, su cerebro se embotaba, tenía que tranquilizarse pero no podía. La oscuridad en el interior era total. Se precipitó contra la puerta y pasó las manos buscando alguna forma de abrir desde dentro. No tardó en encontrar el cierre. Sin pensar tiró de él y la puerta se abrió, ¡podía salir!. Y salió, pero no pudo seguir. Lo que vio la detuvo en seco. Una mujer tumbada en el suelo era devorada, de-vo-ra-da por un hombre. Su boca estaba ensangrentada, masticaba los trozos de carne que acababa de arrancarla, se la estaba comiendo, era un maldito caníbal. El hombre levantó la cabeza, la estaba mirando, la miraba mientras masticaba. Maica no lo pensó, entre morir devorada o congelada, eligió lo segundo.

No podía saber el tiempo que llevaba dentro. Lo que sí sabía era que si continuaba allí terminaría realmente congelada. Hacía rato que no sentía los dedos de las manos, tampoco los de los pies. La cámara no era un congelador, era una especie de frigorífico enorme para mantener frescos los alimentos pero al temperatura era igualmente insoportable. Estaba agotada, no podía pensar con claridad.

Se acercó a la puerta y pegó el oído a la fría lámina de metal. Al otro lado no se escuchaba nada. Tras unos últimos momentos de reflexión decidió abrir.

Esta vez lo hizo lentamente. Según se desplazaba la puerta, la cámara era invadida por una mínima luz proveniente de la lámpara de emergencia situada sobre las puertas de salida. Permaneció en esa posición, expectante. Los latidos de su corazón constituían el único sonido que escuchaba. Sus ojos, acostumbrados a la oscuridad del interior de la cámara, identificaban sin problemas todo el mobiliario de la cocina. No había nadie más, estaba sola. Ni siquiera la mujer a la que ese hombre se comía estaba allí, sus restos claro. ¿Se la habría comido entera? ¿Era eso posible? ¿Se podía una persona comer a otra sin dejar ningún resto? Meneó la cabeza a ambos lados. Si alguien la escuchase contar eso la encerrarían, pero en un manicomio.

Ya se notaba más tranquila. Sus pulsaciones habían retornado a la normalidad. Decidió aventurarse por la cocina, hasta la salida. Los cantos de las puertas terminaban en una especie de fieltro, o goma, algo para que no escapasen olores. Por ahí no podía ver nada. Por debajo, en cambio, había un hueco de unos cuatro dedos desde las puertas hasta el suelo. Se arrodilló entre las dos hojas y pegó la cabeza al suelo. No era capaz de ver nada. En una de las puertas había un ventanuco de cristal redondo para observar el comedor, tenía una tonalidad anaranjada, recordaba haberse fijado en él mientras comían. Se iba a levantar para asomarse cuando un par de pies aparecieron justo delante de ella, al otro lado. Era el caníbal, seguro. Sus pulsaciones se dispararon de nuevo. La había descubierto. Tras unos interminables segundos los zapatos giraron arrastrándose pesadamente, y arrastrándose se alejaron. Se sentó en la pared al lado de la puerta, no se movió hasta que su pulso se volvió mínimamente estable. Se incorporó arrastrando la espalda contra la pared hasta quedar vertical. Después de varias inspiraciones consiguió el valor suficiente para asomarse por el ventanuco.

No podía ser, descubrió a varias personas deambulando por el comedor, entre ellas, otras permanecían completamente inmóviles. Maica no entendía qué les pasaba. La luz no era suficiente para identificar a nadie. Fue posando su mirada en sus rostros. En ese momento se dio cuenta de otra cosa, estaban heridas, sus caras presentaban heridas, todas. Se fijó luego en sus ropas, la mayoría llevaban los abrigos abiertos, o rasgados, o con un brazo fuera. Entonces la descubrió, era la mujer que el hombre devoraba en el suelo de la cocina, seguro, era ella y no sólo no estaba muerta sino que caminaba de un lado a otro. No pudo evitar que un grito ahogado escapase de su garganta. Varias cabezas se giraron hacia ella. Maica reaccionó y regresó a la cámara tratando de hacer el menor ruido posible.

Después de haber cerrado advirtió como las puertas de vaivén se volvían a abrir. Alguien la había seguido. Sujetó el asa de la puerta para impedir que tiraran y abriesen desde el otro lado. Tras varios minutos haciendo fuerza soltó. Nadie había intentado abrir. No la habían descubierto, pero ¿Cuánto tardarían en hacerlo?

 Nuria. Restaurante la Cabaña de los Pastores

Aroa se despertó sobresaltada. Podía oír los latidos de su propio corazón. El pequeño Luís estaba en pie frente a ella tirando de su manga. Miró a un lado y a otro. La  puerta exterior continuaba cerrada, respiró algo más tranquila. Seguía siendo de noche. La hoguera de la chimenea apenas desprendía luz, sólo quedaban brasas. El niño volvió a tirar de su manga. Estaba muy serio, con las piernas entrecruzadas.

—¿Ocurre algo Luís? —Su voz sonó muy adormilada, al final Sergio y ella se habían quedado dormidos.

—Tengo pipi.

—Claro —Aroa se incorporó y le tendió la mano al niño pero el pequeño las mantenía cruzadas en su regazo.

La monitora se fijó entonces en el chico, un charquito rodeaba sus pies.

—Te has hecho pis, no te preocupes, no pasa nada, vamos al aseo.

Al levantarse, Sergio se despertó. De inmediato se incorporó desorientado.

—¿Qué, qué ocurre?

—Nada, un pequeño percance doméstico —Aroa partió al baño con Luís de la mano.

Tras secar al pequeño y quitarle la ropa mojada lo volvió a tumbar junto al resto de niños, no tardó en quedarse dormido de nuevo. Sergio le alcanzó un botellín de agua.

—Estos niños van a necesitar asistencia sicológica toda su vida.

—Y nosotros no ¿Verdad? —Sergio sonrió.

—No tienes acento argentino, y no hablas ni te expresas como ellos, siempre quise preguntártelo.

Sergio echó un trago de la botella que acababa de dejar Aroa.

—A los pocos meses de nacer mis padres me enviaron con mis abuelos a Huesca. Soy más español que tú. En los últimos veintitrés años apenas he ido a Argentina media docena de veces.

Aroa sacó su móvil, lo volvió a guardar y le hizo un signo negativo con la cabeza al joven.

—Nada.

Sergio dejó la botella vacía sobre una mesa y echó un tronco al fuego.

—El último —Aroa asintió.

Se sentó junto a ella de nuevo con los brazos rodeando sus piernas flexionadas.

—En qué momento alguien decidió que debíamos hacernos responsables de cinco niños.

—¿Qué quieres decir?

—Si estuviésemos solos tendríamos más oportunidades, pero con ellos… —dejó la frase en suspenso.

—¿De qué hablas? Mientras permanezcamos aquí estaremos bien. Sólo hay que esperar. Ellos son ahora nuestra responsabilidad, nos guste o no.

—Sí, eso quería decir.

Sergio se tumbó y cerró los ojos, Aroa permaneció observándolo sin saber muy bien qué pensar. La dieron ideas de asomarse a ver si continuaban ahí pero no se atrevió. No quería volver a mirarlos su visión la paralizaba.

Ribes. Comisaría

El Jefe aún no había regresado. Puyol había decidido que debían turnarse. Se acostó en el sofá de la sala de reuniones y lo dejó a él al mando. En esa sala había una estufa de butano encendida, así que la temperatura allí era agradable. Nada que ver con el ambiente gélido en el resto de las dependencias de la Comisaría.

No obstante cada media hora Alba se deba una vuelta, así evitaba dormirse. Fuera continuaba nevando, aunque parecía caer con menos fuerza, también el aire había cesado casi por completo. Decidió dar una vuelta por el perímetro exterior de la Comisaría, la visita de ese tipo le seguía teniendo mosqueado. Salió cerrando a su paso con llave. Se subió el cuello del chaquetón y comenzó a andar sobre la acera nevada alumbrando al suelo con la linterna. En la calle no había un alma.

@@@

En los aseos, Didier escuchó claramente como el poli joven hacía otra ronda, pero esta vez pareció salir. Puede que su oportunidad fuese esa. Había barajado la posibilidad de eliminar a los dos polis pero eso lo habría complicado todo aún más. Se deslizó fuera de los aseos. Apenas veía nada. Tenía que ir a la oficina donde mantuvo la charla con el cretino ese. Las llaves debían estar en el cajetín colgado en la pared. Cuando preguntó al poli por el helicóptero éste no pudo reprimir la reacción de mirar al lugar en el que se custodiaban las llaves, también las del helicóptero, seguro.

En el cajetín las llaves colgaban de sus respectivos enganches. Había muchas, algunas llevaban un rótulo de plástico que indicaba a qué correspondían, otras no. Ahí no había suficiente luz para buscar la que correspondía al helicóptero. Tras unos breves instantes de duda las fue descolgando todas. Las soltaba y las colocaba en la palma de la mano. Una de ellas resbaló y cayó al suelo. Soltó una maldición en francés y se agachó a recogerla, al hacerlo golpeó la mesa y varias llaves más cayeron también al suelo. Recogió todas las que encontró y descolgó las que quedaban. Las guardó en uno de sus bolsillos y metió con ellas su gorro de lana para evitar el tintineo al caminar. Regresó a los aseos y permaneció atento al regreso del poli. En cuanto escuchó ruido en la puerta de entrada abrió la ventana de los baños y saltó al exterior. Una vez fuera recuperó su gorro de lana y anduvo hasta el todoterreno. Después de arrancar tras varios intentos, se dirigió hasta la explanada vallada donde había descubierto la aeronave en su anterior inspección de la población.

@@@

Alba regresó poco menos que temblando. El ambiente en el exterior era glacial. Venía de un pueblo costero, no estaba acostumbrado a semejante frío. Había dado una vuelta a todo el edificio y luego fue ampliando el radio de su ronda. No vio rastro del tipo negro de las rastas. Puede que estuviese excesivamente obsesionado con él, pero algo en su interior le decía que causaría problemas.

Despertó a Puyol y se dispuso a descansar un rato en el sofá antes de que escapase el calor procurado por el cuerpo de su compañero.

@@@

Ramón acababa de ducharse. Tras pasar por el Hogar y por el polideportivo había decidido llegarse a casa. Así podría cambiarse y comprobar el estado de la carretera de primera mano.

Sin la quitanieves, el asfalto se encontraba repleto de nieve. Gracias a las ruedas de invierno y a la potente tracción del 4×4 logró avanzar hasta su domicilio. Queralbs era una población más pequeña que Ribes y también más tranquila. Al día siguiente, si todo seguía igual habría que establecer también un punto de reunión. Sacó un sobre de Almax. El bocadillo consumido en el Hogar le había provocado una fuerte quemazón en el estómago. Se preparó una bolsa con un par de mudas y ropa térmica. Se habría tumbado un rato pero la casa estaba tan fría que prefirió regresar de nuevo a la potente calefacción del vehículo. La nieve caía ahora muy suavemente y el viento había cesado por completo. Ya sólo quedaba pasar por casa de Ramos y Piqué. No había forma de comunicarse con ellos; tendría que sacarlos de la cama.

Nuria. Ermita de San Gil

Lucía se acababa de despertar. Un ruido sordo la había sobresaltado. Se frotó los ojos para intentar enfocar y aprovechar la pobre iluminación existente en el interior de la Ermita. Buscó a su lado. Ana no estaba. Los últimos acontecimientos se le presentaron de improviso. El vello se le volvió a erizar. Desechó esos pensamientos y se centró en los recuerdos más próximos. Tras lograr mantener una hoguera y recuperar su calor corporal permanecieron contando historias y haciendo planes hasta que el sueño debió vencerla a ambas, o al menos a ella.

Otro golpe la puso de nuevo en tensión. Se incorporó y avanzó hacia la fuente de sonido. Llegó hasta el añadido de la Ermita, la pequeña capilla construida para albergar la campana y la olla en honor a la Virgen.

Cuando se adentró en ella no pudo por menos que sonreír; Ana escalaba la pared de la chimenea.

—¿Qué haces ahí arriba? —la frase terminó con una leve carcajada.

Ana estuvo a punto de caer debido al susto que le produjo la presencia no detectada de Lucía que la miraba en el suelo divertida.

—Intento ver algo por esa claraboya de arriba. Me desperté y no podía permanecer quieta. Tal vez consiga ver si ha dejado de nevar o si esas cosas siguen fuera esperando.

Un nuevo escalofrío recorrió el cuerpo de Lucía al recordar a los dos seres que aguardaban pacientes al otro lado de la puerta.

Para apartar esos pensamientos metió la cabeza en el interior de la chimenea, sobre la olla en la que las mujeres rogaban las bendijesen con un niño.

Ana se apoyó sobre uno de los ladrillos de la chimenea para tratar de alcanzar el ventanuco.

—¡AH! —Lucía chilló— joder ¿Qué me has tirado Ana?

—Calla, ya casi estoy —se aupó como pudo para asomarse a la ventana redondeada pero, aunque hubiese habido luz suficiente en el exterior, la nieve acumulada en el cristal le habría impedido ver nada. Se soltó y cayó ágilmente en pie frente a Lucía.

—Fíjate, es un oso, un osito de peluche.

—¿De dónde lo has sacado? —Ana frotaba sus manos para desentumecer los dedos.

—Ha caído del interior de la chimenea al pisar tú arriba. Lo que no entiendo es que hacía ahí escondido. En su interior hay algo, suena, escucha —Lucía lo agitó y las dos pudieron escuchar ese sonido.

—Nos lo habrá mandado la Virgen —rió Ana— ábrelo a ver que hay dentro.

La cremallera tenía roto el tirador, así que Lucía fue separando las dos hileras dentadas.

—¿Qué es eso?

—No lo sé —Lucía se dirigió a la pila bautismal para aprovechar la luz que despedían las llamas apretando el osito para que nada de su interior cayese al suelo.

Cuando llegaron al fuego y volvieron a comprobar el interior de la bolsa ambas se quedaron sin palabras. Lucía vació en el suelo el contenido del peluche.

—¿Crees que son…

—Sí, creo que sí —Lucía la interrumpió.

Nuria. Santuario

A su regreso a la Biblioteca, Alain y Dominique fueron inspeccionados por el hermano Arnau por orden del Abad. Era algo que no tenía mucho sentido vista la rapidez con que se extendía la infección una vez que un individuo se contagiaba, pero Arnau prefirió no discutir evitando así ponerse más en evidencia.

—¿Habéis visto algún otro ser como esos? —El Abad indicó con la cabeza la puerta cerrada del archivo.

—No, no hay nadie más —Alain se adelantó a Dominique quien confirmó con un movimiento de cabeza— hemos comprobado todas las puertas, todos los accesos están cerrados.

—¿Dónde están Donato y los otros? —Interrogó Dominique.

—Los hemos encerrado en el archivo, permanecerán ahí hasta que las autoridades sanitarias nos indiquen qué hacer con ellos —“hemos”, Alain dudó muy mucho que el Abad se hubiese acercado a un metro de los monjes infectados.

Aún después de que los dos monjes volviesen a asegurar que ningún otro infectado había logrado entrar en el Santuario, ni uno sólo de los monjes se atrevió a ausentarse hasta su habitación. El Abad los convocó en el Refectorio, una taza de café caliente les ayudaría a recobrar algo de la normalidad perdida. Más tarde podrían ir a la Capilla a rezar unas oraciones por esos desgraciados.

 Nuria. Refugio

Alizée asomó la cabeza por una de las ventanas apartando la cortina. Fuera nevaba pero parecía hacerlo con menos fuerza. La nieve había cuajado en los cristales, los marcos estaban cubiertos. Vio a uno de los zombis acercarse y en cuanto comenzó a golpear los cristales y a gruñir la mujer devolvió a su posición la cortina.

Tras el pequeño amago de insurrección y los alaridos posteriores procedentes de alguna habitación, los huéspedes estaban más dóciles. La leche caliente también había contribuido a calmar la ansiedad que todos mostraban.

Con mesas volcadas improvisaron unas letrinas para que la gente pudiese hacer sus necesidades. El olor por esa zona era de lo más desagradable.

La mujer observó de lejos el sofá donde descansaba Bastian con la pequeña abrazada a su cuello. No le gustaba el cariz que estaban tomando los acontecimientos. Con Essien muerto y Didier desaparecido lo único que faltaba era el extraño comportamiento de Bastian. Esa niña parecía debilitarlo, confundirlo. Era algo que no entendía. A Bastian no le gustaban nada los críos, en todo el tiempo que lo conocía no recordaba haberlo visto de la mano de ninguno. Sin embargo, esa niña parecía tenerlo hechizado.

Luego estaba la otra mujer, Gwen. Tenía que reconocer que era bonita. Se le notaba a la legua que se sentía atraída por Bastian. No se separaba de él, como la cría. Sin embargo, no temía tener que vérselas con ella, lo de la niña era otra cosa.

El joven al que había golpeado Bastian no le quitaba ojo. Podía leer, sin temor a equivocarse, su mente. Se había sentido humillado delante de todo el mundo y por si fuera poco, Bastian había terminado con la vida de su hermana. El grupo con el que se había relacionado más había tratado de restarle importancia al asunto, pero ella sabía que no lo dejaría pasar, deberían estar muy atentos a su comportamiento.

El Director continuaba suponiendo un problema, pero al menos hacía rato que no se había acercado a ella, aunque no dejaba de estar pendiente de sus movimientos.

Ernest, el vigilante del Hotel se aproximó, traía una taza de algo humeante.

—¿Te apetece un café?

A Alizée no le gustaba el café, no lo soportaba, sin embargo, lo aceptó con una sonrisa. Ese hombre sí era manipulable y podría serle de ayuda.

—Gracias, me vendrá bien.

—Creo que te llamas Alizée, bonito nombre ¿De dónde es?

La mujer lo observó y después de un instante en el que Ernest no supo a dónde mirar contestó.

—De Francia, es francés.

—En una ocasión…

—Ernest, te llamabas así ¿Verdad? —No lo dejó responder— será mejor que sigamos controlando los accesos, no queremos sorpresas —volvía a sonreír con la taza en la mano sin haberla probado aún.

—Claro, claro, sí, yo voy, voy a ver si Julián necesita ayuda en la cocina.

Cuando el vigilante se alejó vació el contenido de la taza en una de las macetas y la depositó sobre una mesa.

PERSONAJES DE ESTE CAPÍTULO

Vera

Pau y Toni

Marga y Luna

Nines

Maica

Aroa

Sergio

Luís 

Ramón Ramis

Miguel Ramos

Marc Piqué

Cristian Alba

Artur Puyol

Didier

Lucía y Ana

Hermano Dominique

Hermano Alain

Hermano Pere

Hermano Arnau

Hermano Donato

André Montanier

Julián Ramis

Gwen

Bastian

Alizée

Carla

Ernest

Essien