Viernes 28 de diciembre de 2012. Entre las 09:00 y las 12:00 horas
Lucía estaba muy agitada, cada vez se sentía más sedienta. Ambas amigas habían conseguido extraer la olla de su ubicación, pero seguían sin atreverse a salir.
Ana continuaba con el peluche entre las manos, lo levantaba le daba la vuelta, lo dejaba en el banco, lo volvía a coger. Lucía parecía haber desistido de intentar convencerla de que debían devolver los diamantes. Ella en cambio no dejaba de pensar en la forma de vender las piedras; puede que por ese motivo estuviese venciendo mejor la sed que su amiga, sencillamente no pensaba en ello.
Lucía no paraba un momento, caminaba a un lado y a otro de la Ermita a la vez que movía las manos intentando ventilar el humo que se adueñaba por momentos de todo el espacio interior de la iglesia. Si no las mataba el frío terminarían ahogadas por el monóxido de carbono producido por su improvisada hoguera.
—¿Qué ha sido eso? ¿Lo has escuchado? —Lucía se había detenido un instante ladeando la cabeza para orientar el oído y ahora corría hacia la entrada.
—Yo no oigo nada Lucía —Ana comenzaba a preocuparse por el comportamiento de su amiga. Se dirigió hacia ella, no quería que hiciese alguna locura como intentar abrir la puerta.
—¿De verdad no lo oyes? Es… es como un zumbido, y va creciendo.
Ana pegó la oreja a la puerta para que su amiga no pensara que no la hacía caso y en ese momento lo oyó.
—¡Ya lo oigo! Pero ¿Qué es?
—¡SSSSHT! —Chistó Lucía— es un helicóptero, seguro. Ya vienen a por nosotras. Tenemos que salir. Que sepan que estamos aquí —Lucía daba ahora saltitos de alegría a la vez que batía ruidosamente las palmas.
—Lucía… —Ana no acabó lo que iba a decir.
—Lo siento, lo siento —Lucía dejó de gritar y de dar palmas— no me acordaba de los seres de fuera.
—No, no es eso, has hecho ruido y no han aporreado la puerta como otras veces.
—Y eso ¿Qué significa? ¿Crees que se han ido? O puede que se hayan muerto.
—Más bien pienso que el helicóptero ha llamado su atención más que tus gritos —Ana golpeó la puerta con la palma de la mano, una vez, otra, más fuerte; se le unió Lucía y ambas aporrearon el portón de madera.
Un sonido diferente las hizo detenerse.
—Eso, eso ha sonado como un petardo, o un disparo —Ana observaba con los ojos muy abiertos a su amiga.
Al primer disparo se le fueron sucediendo otros. Las dos amigas permanecían expectantes sin saber muy bien cómo actuar.
—Están disparando a los zombis, tenemos que esconder bien el osito, no tardarán en venir —Ana se miraba de arriba abajo tratando de decidir qué hacer con los diamantes.
—Han parado.
—¿Qué? —Ana continuaba palpándose los bolsillos del pantalón y del chaquetón intentando encontrar el mejor escondite.
—Los disparos, han parado. No han sido muchos disparos. Creo que algo va mal. Voy a abrir. Prepárate.
Ana seguía a lo suyo y cuando procesó lo que le acababa de decir su amiga ya era tarde. Lucía había abierto muy despacio la puerta. A medida que empujaba la hoja una mayor claridad iba colándose por la abertura aumentando la iluminación de la Ermita.
Ana se hallaba petrificada, esperó ver entrar a las dos mujeres de fuera, pero no fue así, nada ocurrió.
Lucía sujetó la olla con ambas manos y dio un paso adelante saliendo de la Ermita. La nieve seguía cayendo aunque parecía que hiciese menos frío que cuando estaban subidas a lo alto del árbol. No vio a ninguna de las zombis cerca por lo que se dirigió hacia uno de los bancos de fuera y comenzó a coger puñados de nieve blanca y a llevárselos a la boca.
Desde su posición tenía una vista privilegiada del helicóptero y fue testigo de primera mano de cómo los zombis acababan con un hombre reviviendo la pesadilla del camping.
Llenó la olla presionando la nieve para que cogiese más y se dio la vuelta con intención de regresar a la Ermita. En ese momento fue cuando las vio, avanzaban renqueando y se interponían entre ella y la Ermita. Ahí estaban, no se habían ido, hasta se le pasó por la cabeza que todo hubiese sido una trampa para atraerla fuera.
Se aferró con fuerza a la olla, como si temiese que las dos mujeres se la quitasen. Tras los primeros instantes de confusión las dos zombis caminaron hacia ella. La chica se desplazó a su izquierda para tratar de rodearlas pero las dos mujeres se giraron como una sola. Seguía sin poder sortearlas y ahora las tenía más cerca. Una lágrima de rabia e impotencia rodó por su mejilla. Cogió otro puñado de nieve de la olla y se lo introdujo en la boca.
Los alaridos de Ana la pillaron tan desprevenida como a las dos zombis. Su amiga salió gritando y blandiendo uno de los trozos de banco partidos a modo de garrote. Lo descargó sobre la espalda de la que iba desnuda y su cuerpo, entre violáceo y amoratado, terminó en el suelo.
—¡Vamos! ¡Corre! ¡Por aquí!
Lucía voló por el hueco que había dejado la mujer caída y se coló dentro de la Ermita. Ana cerró a su paso. Las dos retrocedieron hasta el centro de la iglesia a esperar los gruñidos y golpes de las cabreadas zombis pero esta vez nada de eso ocurrió.
Ana dirigió una mirada furibunda a Lucía que lo único que acertó a decir fue:
—¿Quieres? —Mientras le alargaba un puñado de nieve.
(09:00-12:00) Restaurante Cabaña de los Pastores
Entre Aroa y Sergio llevaron al cadáver del padre de Maite a la cocina. Allí lo cubrieron con unos manteles y lo colocaron debajo de la mesa. Mientras Alberto calmaba a los niños y Aroa frotaba excesivamente fuerte con la fregona sobre el reguero de sangre que la cabeza abierta había dibujado sobre el suelo de madera, Sergio trataba de comunicarse con alguien por medio del walkie.
—Refugio… aquí Cabaña. Refugio… aquí Cabaña.
—Estación… aquí Cabaña. Estación… aquí Cabaña.
—Aquí Cabaña ¿Alguien me escucha?
Alberto se le acercó. Los pequeños permanecían expectantes observando a Sergio manipular el walkie.
—Aquí Cabaña ¿Alguien me escucha? ¡Joder!
Tras varios intentos de comunicar frustrados Sergio comenzó a manipular el botón de la frecuencia, tal vez en otra diferente lograse enlazar con alguien.
—Refugio… aquí Cabaña. Refugio… aquí Cabaña.
—Estación… aquí Cabaña. Estación… aquí Cabaña.
—Aquí Cabaña ¿Alguien me escucha?
—Cabaña… aquí Ayu…to…
Al cocinero se le aceleró el pulso al oír el mensaje entrante. Aroa se acercó también con el mocho aún en las manos.
—Cabaña… a… Ayuntamiento…
Sergio observó el aparato, el indicador de batería baja lucía de forma intermitente.
—Ayuntamiento… aquí Restaurante Cabaña de los pastores en Nuria —sólo recibieron ruido de estática.
— Ayuntamiento… aquí Restaurante Cabaña de los pastores en Nuria ¿Me escucha alguien?
—Díselo ya, la batería está a punto de agotarse —Aroa le tiró del brazo.
—Si no nos reciben no servirá de nada.
—Si el walkie se apaga no servirá de nada, aunque no nos contesten puede que alguien nos esté escuchando —Alberto asentía con la cabeza.
— Ayuntamiento… aquí Restaurante Cabaña de los pastores. Estamos rodeados de… de zombis, sé que es una locura pero es cierto, son zombis, eran clientes del Restaurante. Se convirtieron en… en zombis. No sabemos por qué. No se mueren. Creemos que en el Hotel también debe haber zombis. Tienen que venir a ayudarnos. Tienen que… —Aroa le tocó en el hombro.
—Se ha agotado, la batería se ha agotado.
Sergio apagó y encendió el walkie. Le extrajo la batería y se la volvió a colocar pero el aparato no funcionó.
—¿Creéis que nos habrán oído? —La pregunta la formuló Alberto.
—No lo sé, no hay forma de saberlo. Esperemos que sí. Es nuestra única esperanza.
El cocinero se sentó en una de las sillas tras coger una botella de whisky y servirse un par de dedos. Aroa se sentó a su lado y tomó un trago también.
@@@
Klaus y Lara caminaban delante. Cada cien metros más o menos tenían que detenerse a esperar a cerebrito.
—Te juro que estoy meditando muy seriamente rescindir nuestro acuerdo con este imbécil —Klaus se dirigió a Lara a la vez que se alejaba tan sólo un paso y aliviaba su vejiga.
—Ese chico es muy muy bueno en su trabajo —Lara no ocultó una mueca de desagrado por el comportamiento de Klaus.
—Yo también soy la hostia de bueno en el mío —regresó junto a Lara subiéndose la bragueta y colocándose bien toda la ropa— y no doy por culo a todo el mundo.
—Lo necesitamos, así que compórtate.
El chico llegó por fin hasta ellos y se dejó caer sobre la nieve, justo sobre el lugar en el que acababa de mear Klaus, éste no ocultó su satisfacción.
—Estoy harto de andar. No tienes ni puta idea de dónde estamos, has dicho que quedaba poco pero no llegamos nunca. Estamos perdidos cabrón —Klaus sonrió esta vez mirando donde estaba tirado cerebrito.
—Igual si no tuviéramos que parar cada cien metros habríamos llegado ya.
—Sí, seguro —el chico abrió su cantimplora llenada con la nieve fundida en el iglú y se la acabó— no me queda agua y tengo sed.
—Pues te jodes —Klaus echó a andar reanudando la marcha seguido de una pensativa Lara.
—No pienso andar más, estoy hasta los cojones —gritó el chico, pero cuando vio que ninguno se detenía recogió maldiciendo la mochila y continuó tras ellos arrastrando los pies.
Una media hora más tarde culminaron la subida a la última cota, tras ella debía aparecer ya la Estación. Klaus y Lara se despojaron de las mochilas. Klaus tomó los prismáticos y oteó el horizonte. Al principio no lo vio, estaba mirando más a lo lejos, pero al bajar las lentes lo descubrió. Era una construcción de madera. En uno de los lados leyó: “Restaurante Cabaña de los… al menos se podrían refugiar ahí y aprovisionarse de comida y agua. De paso se informarían de la situación del temporal que no cesaba y del motivo de que no funcionasen los teléfonos ni el GPS.
Cerebrito volvió a alcanzarlos y cogió la cantimplora de Lara. Tras terminarla se la devolvió.
—No puedo más. Se acabó, me quedo aquí, estoy reventado.
Lara miró a Klaus antes de hablar.
—Ahí delante hay un Restaurante, ya estamos cerca. Un esfuerzo más, vamos.
El chico se incorporó y le arrancó los prismáticos a Klaus de las manos.
—Por fin.
Se puso en pie y se lanzó ladera abajo.
—El que no podía más. Imbécil. Al final nos va a hacer correr el gilipollas.
—Vamos, no vaya a hablar más de la cuenta —los dos se pusieron en movimiento, el chico ya les sacaba más de cincuenta metros.
Desde atrás podían ver como cerebrito llegaba a las inmediaciones del Restaurante arrastrando la mochila por uno de los tirantes. Fuera se encontraban varias personas. Se dirigían a su encuentro.
—¡Joder! Ha ido más rápido en estos últimos metros que en todo el trayecto. Como la cague te prometo que le reviento la boca —los dos aceleraron aún más el paso.
—Pero ¿Qué coño hace ahora ese idiota? ¿Por qué se pelea con ese tipo? Será imbécil.
A unos treinta metros el chico era rodeado por todos los zombis. El grito, más de terror que de dolor, que profirió hizo que Klaus y Lara se detuviesen. Desde su posición fueron testigos de cómo la madre de Maite se irguió con los intestinos de cerebrito en la boca, tratando inútilmente de sujetarlos con las manos. Machu Pichu mantenía su cabeza echada atrás sobre la nieve mientras mordía y arrancaba su tráquea. El resto de personas se arremolinaban a su alrededor de forma totalmente anárquica tratando de conseguir su pedazo de carne.
—¿Qué está pasando Lara? ¿Qué coño está pasando?
—No lo sé Klaus, no había visto nunca nada igual.
—Mira, ha logrado levantarse ¿Cómo lo ha hecho?
Cerebrito se hallaba en pie, parecía confuso y aturdido. Las personas a su alrededor ya no hacían intención de atacarlo.
—Es imposible, fíjate en eso, mira su tráquea, debería estar desmayado de dolor ¡Qué coño! Debería estar muerto —la madre de Maite seguía tirando y los intestinos de cerebrito continuaban saliendo de su cavidad abdominal desgarrada.
De pronto, Toni y Machu Pichu fijaron su atención en ellos y con la boca todavía chorreando sangre fueron a su encuentro.
Klaus y Lara recularon unos pasos sin saber qué hacer. El grupo se interponía entre ellos y el Restaurante. Klaus extrajo el machete y se dispuso a enfrentarse a ellos.
—Mira sus ojos Klaus. Todos presentan los mismos ojos, incluso el chico ¿Qué está pasando?
—¡EH! Por aquí. No os enfrentéis con ellos, rodearlos corriendo rápido, son lentos pero si os cogen os devorarán —Sergio les gritaba desde la puerta de la cocina— entrad por la cocina, vamos.
Ni Klaus ni Lara sabían de qué hablaba ese extraño pero decidieron hacer lo que les decía. Ambos corrieron hacia la izquierda, Lara detrás, el hombre en cabeza. Sortearon a casi todos pero no pudieron evitar a una mujer que se había movido sorprendentemente rápido, era la madre de Alberto.
Klaus lanzó un tajo con el machete alcanzando a la mujer en diagonal en el pecho. Pudo sentir como la hoja del arma hendía la carne lanzándola hacia atrás. Continuaron corriendo hasta alcanzar la puerta donde les esperaba el extraño que los había salvado. Una vez entró Lara, Klaus se volvió y vio como la mujer a la que acababa de dar un tajo mortal en el pecho corría hacia él como si nada. Sergio lo empujó dentro sin miramientos.
Una sucesión de golpes y alaridos se sucedieron al otro lado.
En el interior de la cocina Klaus permanecía con la mente ida y los ojos en blanco mientras mantenía el cuchillo en guardia. Ni Aroa ni Sergio se atrevían a decir nada.
—¿Qué… qué les pasa a esas personas? ¿Por qué han atacado a nuestro amigo? —Lara parecía reaccionar más rápido y Klaus, en su abstracción fue capaz de pensar que cerebrito no era su amigo.
Aroa y Sergio no sabían por dónde empezar así que ninguno contestó a la pregunta.
—Son zombis, están enfermos, si te muerden te transformas en uno de ellos, vuestro amigo ahora es un zombi —Alberto soltó toda la parrafada de carrerilla, sin respirar siquiera, como si temiese no ser capaz de continuar si hacía un alto para coger aire.
Klaus lo miró y comenzó a reír de forma escandalosa. En el momento en que los zombis de fuera volvieron a gruñir y golpear las puertas se tragó su risa.
—Los zombis no existen. ¿Por qué se comportan así? —Lara se quitó la mochila y la puso sobre la mesa pero al descubrir restos de lo que tenía que ser sangre la volvió a coger y se la colgó de un hombro.
—Cómo llamarías tú a unas personas que no respiran, las cortas y no lo sienten, les clavas un cuchillo de un palmo en la espalda y no se enteran, que no respiran, que se comen a sus víctimas, aunque se trate de su propia familia, que han pasado la noche ahí fuera, a varios grados bajo cero y están como si nada, que cuando atacan a una persona, en pocos segundos se transforma en uno de ellos ¿Cómo les llamarías tú?
Lara se sintió de repente completamente agotada y necesitó apoyarse sobre la mesa para no caer.
—Vamos, venid dentro del local —Aroa la sujetó del brazo y la guió al interior del Restaurante.
—¿De dónde han salido? —Hizo una pausa como si hubiese caído en la cuenta de algo— ¿Tienen algo que ver con el hecho de que no funcionen los móviles ni el GPS? Lara parecía ahora totalmente repuesta, depositó la mochila sobre una de las mesas y recorrió todo el interior del local hasta detenerse frente a los niños.
—¿Son vuestros? ¿Son vuestros hijos?
Aroa y Sergio se miraron algo desconcertados.
—No, son clientes del Restaurante. Sus padres… sus padres —hizo un gesto con la cabeza señalando el exterior.
—Entiendo —cortó Lara— ¿Alguien sabe que estáis aquí? ¿Alguien más está al corriente de esta situación? Quizá en el Hotel o en la Estación de esquí —Sergio negó con la cabeza— creo que necesito beber algo fuerte.
—Yo también —aprobó Klaus— pero muy fuerte.
Ribes. Comisaría
El señor Antonio reunió a todos los empleados del Hotel en uno de los salones. Después de las preguntas de rigor el Jefe llegó a la conclusión que ya esperaba: Ninguno, aparte del recepcionista, había visto, ni había hablado con el sospechoso. Por supuesto tampoco se cruzaron en ningún momento con la madre del niño. Si había llegado a entrar en el Hotel nadie la había visto. En la habitación no hallaron una sola prueba de que alguien más, aparte del bebé hubiese estado en ella.
El trago de encontrarse con la criatura con el cuello roto sobre la cama fue sin duda uno de los peores momentos en la vida de Ramón. Ribes era una localidad pequeña, no había asesinatos y menos de bebés, y mucho menos de esa forma, bueno, ni de esa ni de ninguna, en toda su carrera no había llevado ninguna investigación por asesinato. No cabía duda de que se trataba de un crimen deleznable y totalmente gratuito, innecesario y que no acertaba a comprender.
El Jefe envolvió el pequeño cuerpo en su propia mantita y lo depositó con toda la delicadeza que pudo en el centro de la cama. No era algo habitual, pero en las circunstancias actuales la posibilidad de que un Juez acudiese a proceder al levantamiento del cadáver era algo ilusorio. Tampoco era probable que se presentase la policía científica aunque dudaba que encontrasen algo. Cuando terminaran de interrogar a todos los huéspedes tendrían que llevarse el cuerpo del bebé. No podían dejarlo allí sin custodia y tampoco podía prescindir de ninguno de sus hombres.
Entre los huéspedes con los que hablaron ni uno solo recordó haber visto al bebe, menos al hombre de color y a su posible madre. Eso concordaba con lo que les había contado Pascual, el recepcionista.
Una vez acabaron, precintaron la habitación, seguía siendo el escenario de un crimen.
El trayecto de regreso a la Comisaría resultó ser un bálsamo, la necesidad de prestar toda su atención a la conducción sobre la carretera cubierta de nieve evitó que le diese más vueltas al asunto del crimen y permitió que la imagen del cuerpo sin vida del bebé desapareciese por unos instantes de su retina.
Cuando Piqué descendió y se llevó dentro el cuerpo de la criatura Ramón permaneció en el interior del todoterreno. No quería entrar, necesitaba algo de perspectiva, decidió levantar de la cama a Juliana.
Condujo lentamente hasta su domicilio. Se detuvo justo delante de su puerta. Se trataba de una casa con un reducido jardín que Juliana mimaba en sus ratos libres. Sacó su gorra y su chaquetón, al ir a ponérselo el walkie cayó al suelo del coche. Se agachó a recogerlo pero el golpe de su maltrecho hombro contra el volante le hizo maldecir a todo el Santoral; tras cerrar con un fuerte portazo lo dejó allí.
Después de tropezar dos veces antes de llegar a la puerta llevó la mano al timbre. Soltó un taco al recordar que continuaba sin haber luz y golpeó sobre la puerta con los nudillos varias veces. Se masajeó el hombro mientras esperaba. El dolor no remitía.
En el interior no se oía nada, repitió la operación esta vez con más fuerza. Juliana no contestaba, debían haberse cruzado por el camino.
—¿Busca a Albert? —La voz lo sorprendió cuando ya regresaba a su coche— ¿Es compañero suyo? —Una señora mayor ataviada con una bata de franela de vivos colores se dirigía a él desde la puerta del domicilio contiguo.
—Sí, Albert trabaja conmigo, pero debemos habernos cruzado, ya estará camino de la Comisaría, vuelva dentro, hace mucho frío.
—No, el chico aún no ha salido, ayer llegó muy tarde, trabaja demasiado —Ramón creyó entrever un ligero matiz de reproche en su comentario— pero es extraño que no ande ya levantado, es un joven muy madrugador, no se le pegan las sábanas ni los fines de semana, ayer debió tener un día muy duro.
No tiene ni idea, pensó Ramón. Dio media vuelta y se dispuso a golpear con más fuerza la puerta de su hombre.
Cuando ya había descargado un par de puñetazos de considerable potencia la señora se situó a su lado.
—Anoche ocurrió algo extraño —Ramón la observó sin saber muy bien si quería escuchar las historietas de la “abuela cebolleta”— al poco de llegar, sí, no habrían pasado ni diez minutos, creo que vi a alguien merodear por la entrada —como el policía no hacía ningún comentario la mujer continuó— una media hora después de eso escuché voces, voces muy altas y un grito, luego un par de petardos, primero uno y más tarde otro, puede que dos. Sí, justo cuando se fue la luz.
—¿Petardos?
—¿Qué otra cosa podía ser si no?
—Tal vez la televisión, la radio, un vaso que se rompe —la mujer lo miraba fijamente sin decir nada y cuando acabó se encogió de hombros.
—Debería entrar.
—Juliana no está, la puerta está cerrada y él irá camino de la Comisaría, puede que ya se encuentre allí.
—No, ya le he dicho que no ha salido, además su coche sigue allí aparcado, es aquél ¿Lo ve?
Ramón sí que se sintió preocupado ahora. Sin coche no podía desplazarse hasta la Comisaría, bueno, sí podía, pero no era lógico ni propio de Juliana. Tal vez se hubiera ido con alguien pero la insistencia de la mujer y lo extraño de todos los acontecimientos que estaban teniendo lugar terminaron por convencerlo de que debía entrar en la casa.
Sacó su porra y se encaminó a la ventana más próxima con la intención de romper un cristal y acceder.
—Es mejor por la puerta —la mujer ya tenía la llave dentro de la cerradura— me las deja para que riegue las plantas cuando va a estar varios días fuera.
Sujetó a la mujer para que no entrase.
—Espere fuera, iré a por una linterna.
Cuando abrió la puerta del coche el walkie crepitaba, al final tendría que agacharse a recogerlo
—Ramón… aquí Leyre ¿Me oyes?
—Hola Leyre ¿Qué pasa?
—Me he enterado de lo del bebé…
—Sí, horrible, hablaremos cuando vuelva a Comisaría, te pondré al corriente de lo que pueda.
—Vale, pero no se trata de eso. Verás, he recibido una llamada de lo más extraña. Creo que entendí que llamaban del Restaurante que hay en lo alto de las pistas, la Cabaña —Ramón quería acabar lo antes posible con la conversación, la abuela se impacientaba y si tardaba temía que entrase sin esperarlo, así que no interrumpió a la alcaldesa— el caso es que decía que estaban rodeados de —se interrumpió— de zombis.
—Joder, Leyre, ya.
—Vamos Ramón, el que llamaba parecía realmente aterrorizado. No pude seguir hablando con él, la comunicación se cortó, sabes que yo no bromearía con una cosa así.
—Leyre, el payaso de mi hermano llamó ayer avisando también de “otro ataque de zombis”, lo cogió uno de mis ayudantes. Escucha tengo algo urgente que hacer, en cuanto pueda paso por allí y hablamos. Corto.
Arrojó el walkie sobre el asiento meneando la cabeza y acordándose de su hermano.
Llegó a la entrada del domicilio de Juliana y con el haz de luz apuntando al interior pasó adentro. La mujer lo seguía un paso por detrás. Al llegar al salón percibió que algo raro ocurría.
—Salga fuera ¡YA!
Las persianas estaban bajadas. Con la ayuda de la luz que proyectaba la linterna, descubrió la bandeja tirada en el suelo al lado de cristales rotos y un par de magdalenas entre manchas de leche. El siguiente giro le mostró el cuerpo de Juliana tendido boca arriba junto a un sillón de cuero negro. Se arrodilló a su lado intentando buscar su pulso pero la temperatura de su cuello le indicó claramente que ya era tarde. La inspección de su cadáver le reveló que presentaba tres impactos, uno en la rodilla, seguramente el primero, y dos más en el pecho mortales de necesidad. Buscó en derredor por el suelo y no tardó en descubrir los tres casquillos, el asesino ni siquiera se había molestado en buscarlos, eso quería decir que no encontrarían nada en ellos.
—Le ha ocurrido algo malo ¿Verdad?
—Sí señora, sí, muy malo.
—Lo sabía, tenía un pálpito, desde que vi a ese hombre con esas trenzas raras en la cabeza supe que no era bueno.
—¿Trenzas? —Ramón recordó algo— ¿El hombre no sería negro y lo que tenía en la cabeza rastas?
—Sí, era negro, muy negro y llevaba trenzas raras —insistió la mujer.
Tras comunicar con la comisaría y ordenar venir a Puyol y a Alba continuó la inspección de la casa de Juliana. La vecina, aunque afectada había encajado perfectamente la noticia, según ella porque ya intuía algo así y se ofreció a prepararle un café cargado a Ramón quien, con tal de mantener a la señora alejada del escenario, lo aceptó.
Algunos vecinos se empezaban a congregar a la entrada de la vivienda, parecían tener antenas en la cabeza, era sorprendente lo rápido que las malas noticias se extendían.
El Jefe se entregó a intentar desentrañar lo ocurrido. Se desplazaba por la casa hablando en voz alta.
Te fuiste tarde, junto con el resto. Viniste directo. No llegaste a tomar la leche, el tipo te sorprendió nada más llegar a casa. Tenía prisa por conseguir lo que quería, no esperó demasiado.
Volvió a la entrada, no había rastro de cerraduras forzadas ni ventanas rotas. O bien el asesino era muy hábil con las ganzúas o Juliana le había abierto confiado. Se masajeó las sienes. Su cerebro no estaba en las mejores condiciones para procesar todo lo que estaba ocurriendo.
El disparo en la rodilla indica que te interrogó sobre algo, o quizá fue para intimidarte y minar tu resistencia, pero sobre qué, ¿Qué era lo que quería saber? ¿Qué podía querer de ti?
—El helicóptero —Alba acababa de entrar por la puerta junto a Puyol.
—¿Qué?
—El helicóptero, intentaba obtener información relativa al aparato.
—Sí, eso fue lo que me preguntó, quería saber si alguien podría trasladarlo al Refugio o algo así, me contó la historia esa del familiar enfermo —confirmó Puyol.
—No, no era eso lo que le interesaba —Alba cogió el walkie y comunicó con Ramos— busca donde guardáis las llaves, mira a ver si falta alguna.
Al momento el walkie crepitó de nuevo.
—No os lo vais a creer, el cajetín está vacío, han desaparecido todas las llaves, hemos encontrado un par de manojos en el suelo, junto a la pata interior de la mesa, del resto ni rastro.
—En el aseo hay huellas de pisadas, alguien ha estado oculto allí —el que transmitía ahora era Corbé.
Ramón le arrebató el walkie a Alba.
Buscaba las llaves, no necesitaba piloto, quería las llaves para robar el aparato —dijo para sí.
—Id al hangar del helicóptero, nos vemos allí. Comprobad antes que no haya desaparecido nada más, armas, lo que sea y tráete la copia de las llaves de la caseta.
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Llamar hangar a eso era un completo eufemismo. El aparato dormía dentro de una explanada vallada con una pequeña caseta que albergaba material. Años atrás cuando les asignaron el helicóptero guardaban las llaves en esa misma caseta, pero un acto vandálico que resultó más una gamberrada que un intento de robo los persuadió de reubicar la custodia de las llaves.
La cerradura de la caseta estaba intacta y su interior no mostraba indicios de que hubiese sido asaltada, tampoco había huellas en los alrededores, aunque muy bien las hubiese podido cubrir la nieve caída.
El helicóptero era otra cosa, ni rastro de él.
—Hijo de puta —Ramón reventó por fin.
Se alejó entre la nieve lanzando improperios de todo tipo, sus hombres permanecieron junto a la caseta.
—¿Cómo llegó hasta aquí? —Ramos miró a Piqué sin tener muy claro si se dirigía a ellos o estaba hablando solo— llegó al Hotel con un bebé, no pudo presentarse aquí andando. Por alguna parte debe haber un vehículo con una sillita para bebés, no creo que desde casa de Juliana viniese hasta aquí caminando. Buscad en las inmediaciones.
Cuando todos fueron a inspeccionar los alrededores en busca de un coche de esas características el Jefe cogió del brazo a Alba.
—Lo siento —se detuvo un instante para buscar las palabras adecuadas— me advertiste sobre ese tipo y no te hice caso. Ahora mi prepotencia ha causado la muerte de Juliana —atajó con un gesto el intento de intervenir de Alba— no sirve como excusa, pero hace algún tiempo ocurrieron cosas que…
—Estoy al corriente —interrumpió ahora el novato.
—Bien, en cualquier caso debí verificar tu observación.
—Hay otra cosa —Alba se sentía ahora autorizado para expresarse libremente— la llamada que recibió de su hermano —Ramón estuvo a punto de saltar pero en el último momento se contuvo y le dejó hablar— hablaba de extraños sucesos, creo que deberíamos verificarlos. No parecía el tono de voz de un bromista, créame.
—Jefe, hemos encontrado el coche, tiene que venir —Ramón agradeció la interrupción de Ramos.
En torno al todoterreno verde, con más de un palmo de nieve encima, se hallaban Piqué y Puyol con semblante serio. Ramón echó una rápida ojeada al interior. Las llaves estaban en el contacto y el interior parecía en orden. Continuó hasta el maletero abierto, en él descubrió el cuerpo sin vida de una mujer dejado caer sin ninguna consideración. Debía ser la madre del niño.
—El vehículo está a nombre de Aurora Blanch, era ella, en su bolso hemos encontrado su DNI. El titular del seguro es un hombre, probablemente se trate de su marido o su pareja: Pedro Coll. El móvil está descargado. Parece que residían en Barcelona, tenemos la dirección que consta en la documentación.
—Volvamos a la Comisaría, dejaremos el cadáver de la madre junto al cuerpo de su hijo. En cuanto se restablezcan las comunicaciones pasaremos nota a Barcelona para que lo verifiquen. Ramos, tú y Piqué recoged el cuerpo de Juliana. Nos vemos en la Comisaría.
Pau estaba tumbado en la cama superior de la litera. Había pasado toda la noche despierto y al final el sueño lo había vencido, ahora dormía aunque su respiración era agitada. En la puerta de la habitación Marga y Luna asistían en silencio al regreso de los dos chicos. Volvían del piso superior. Subieron con la intención de comprobar si podían avistar el Hotel o el Santuario. Nines ya les había dicho que era inútil, que desde allí no se alcanzaba a ver ninguna de las dos edificaciones pero decidieron ignorarla y subir de todas formas.
Junto a ellas tres de las chicas esperaban también comiendo una chocolatina Crunch cada una. Las otras dos jóvenes debían estar durmiendo. Una de ellas había sufrido una crisis nerviosa hacía poco más de media hora. Los chicos las estaban confirmando lo que antes les dijese Nines: desde ningún punto del Albergue se podía ver el Hotel ni el Santuario, de hecho, con la nieve que seguía cayendo apenas se divisaba nada a más de cincuenta metros.
Nines salió de una de las habitaciones, giró y echó a correr hacia el fondo del pasillo; al llegar a la última ventana la abrió y sacó la cabeza fuera. La reacción de la mujer pilló al resto por sorpresa. Marga y Luna corrieron tras ella al ver que abría la ventana pensando que pretendía saltar pero se detuvieron cuando la vieron meter la cabeza y hacerles señas para que se acercaran con una sonrisa en su boca.
—¿No lo oís? —Marga se giró hacia su amiga pensando que la mujer había perdido ya todo el juicio pero en la expresión de Luna descubrió que ella también había escuchado algo.
El resto de jóvenes acudieron hasta la ventana abierta y asomaron sus cabezas dejando que los blancos copos se posaran en sus cabellos. En el exterior los zombis se giraban sobre sí mismos sin ser capaces de localizar la dirección de la que provenía el sonido.
—Lo oigo pero ¿Qué es? —Preguntó uno de los chicos.
—Un helicóptero, el sonido es inconfundible, alguien ha llegado al Valle, pronto acabará esta pesadilla —Nines lloraba de alegría pensando en su marido atacado por esas bestias deambulando por el piso inferior.
Todos sonreían y Marga decidió ir a despertar a Pau pero el sonido sordo y seco la hizo parar.
—¿Y eso? —Marga interrogaba a Nines que había vuelto a sacar la cabeza.
De inmediato dos nuevos sonidos les llegaron desde el Valle, parecían llegar de todas direcciones a la vez.
Los zombis de abajo despertaban enfurecidos de su letargo y no se decidían hacia qué dirección comenzar a caminar, incluso al otro lado de las escaleras también empezó a escucharse barullo de pasos y gruñidos.
—Parecen disparos —el semblante de Nines denotaba ahora preocupación.
Más disparos se sucedieron.
—Será la policía, la policía debe estar enfrentándose con los zombis —Los chicos se mostraban entusiasmados pero Marga y Luna continuaban observando a Nines y su recelo aumentaba.
Los disparos habían cesado por completo y ahora eran los muchachos los que no veían clara la situación.
—No pueden haber acabado con todos, aquí hay muchos y vinieron de allí, esa zona debe estar plagada de esos seres, no han podido matarlos a todos.
Un espeso silencio se apoderó de ellos.
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Maica se volvía más audaz por momentos. Había vuelto a salir de la nevera varias veces; incluso su cuerpo había recuperado suficiente calor como para ver la situación con un moderado optimismo. Ahora no era objeto de un peligro inminente. En caso de necesidad siempre podía volver a protegerse en la cámara, ahora ya tenía una temperatura soportable. Era cuestión de tiempo que las autoridades llegasen en su ayuda.
En estos momentos se hallaba observando por el espacio que quedaba entre el suelo y las puertas de la cocina. No se había atrevido a asomarse al ventanuco, le daba la impresión de que ahí era mucho más visible.
La visión de todas esas personas moviéndose lentamente de un lado a otro era sobrecogedora pero resultaba enormemente adictiva. Maica no podía dejar de observarlos. Era alucinante. Algunos presentaban heridas abiertas que por fuerza deberían haberles costado la vida y sin embargo ahí estaban, paseando de lado a lado como si nada.
Se hallaba de rodillas junto a las puertas de vaivén con la sien pegada al suelo. Ninguna de esas personas parecía fijarse en ella, de hecho, no parecían mirar nada concreto, estaba segura de que si cerraran los ojos continuarían caminando de la misma forma.
Se fijó en sus pies. Todos los arrastraban, a menudo tropezaban con objetos diseminados por el suelo fruto, seguramente, de la lucha que se produjo en los comienzos del ataque. Cuando chocaban con algo, o entre ellos, simplemente giraban y seguían en otra dirección. A Maica le recordó un juguete que le regalaron un cumpleaños a su sobrino, era una especie de robot que avanzaba arrastrando los pies en linea recta hasta encontrar algún obstáculo, en ese momento giraba, unas veces un ángulo y otras otro y seguía desplazándose. Su sobrino se reía cada vez que el robot chocaba con algo. Dio gracias a Dios de que no se encontrase allí.
Algo llamó su atención detrás de un mueble derribado, era un bulto que avanzaba; cuando el bosque de piernas se diluyó unas manos se hicieron visibles y entre ellas una cabeza. Una cabeza cuyos ojos la observaban directamente, la habían descubierto. Se preparó para echar a correr pero esos ojos la tenían hipnotizada, constituían una visión completamente surrealista.
Era una mujer, se arrastraba ayudada de sus manos. Su cuerpo tiraba de sus piernas, debía tener partida la columna. Su avance era lento pero inexorable, se dirigía sin duda hacia ella.
Otro de esos seres golpeó con su pie la cabeza de la mujer girando su cuello dejando ver una terrible herida en su cuello, su tráquea había desaparecido.
Maica reaccionó por fin. La mujer estaba a menos de dos metros y seguía avanzando, tenía que volver a su escondite. Entró en la cámara y pegó la oreja a la puerta. Al poco escuchó como las puertas de vaivén crujían, había entrado. Oyó claramente como la mujer se arrastraba y sus piernas flácidas chocaban con algún mueble hasta detenerse por completo.
En su escondite Maica no fue capaz de escuchar el ruido producido por los rotores del helicóptero ni los disparos que se fueron sucediendo, tan solo alcanzó a darse cuenta del repentino cambio en la actitud de los seres al otro lado, gruñían y gritaban como no los había oído hacer desde que se produjo el ataque inicial, algo los había alterado pero no era capaz de imaginar qué.
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